Opinión

El futuro de la Universidad

La explosión mediática del «caso Cifuentes», que en modo alguno debe venir a empañar el prestigio y alta valoración social de la Universidad pública española, bien pudiera permitir abrir un enriquecedor debate acerca de la necesaria transformación para la adaptación a los retos de futuro, algunos ya de presente, de nuestro modelo universitario.

La Universidad no ha de limitarse a la transmisión del saber, sino que debe también centrarse, dada su función social, en formar a personas cultas, con valores y compromiso ético. Será obligado apostar por una Universidad accesible para todos en condiciones de igualdad, ya que el acceso a la educación superior no es un privilegio sino un derecho, y cualquier dotación económica en este terreno, lejos de ser un gasto, constituye una inversión de futuro.

En la Universidad el alumnado debe situarse, todavía más, en el centro de atención. Es imprescindible afrontar, con responsabilidad, el análisis y evaluación de nuestro actual mapa de titulaciones, tanto de grado como, en especial, de máster, no sólo desde una perspectiva de visión estratégica de conjunto, sino también para dar respuesta a las demandas sociales y de mercado. Ahora bien, el prestigio docente de la Universidad no debe ser incompatible con la defensa, en paralelo, de una Universidad intensiva en investigación, pues ésta se presenta, en buena medida, como la fuente de la tercera misión universitaria: la transferencia de conocimiento e innovación.

El futuro de la Universidad pasará también por un replanteamiento del actual modelo de acceso a la condición de profesor universitario y la consecución de su inaplazable relevo generacional, por el reconocimiento y redefinición de los perfiles del personal de administración y servicios, por una reforma de las actuales estructuras académicas, dirigida a consolidar un nuevo modelo más sostenible, homologable a nivel internacional, y por alinearse con las nuevas generaciones de nativos digitales afrontando la digitalización. Ello supondrá, sin olvidar nunca que la enseñanza online no puede ni debe ejercer de sustituto de las clases presenciales, no sólo tomar en consideración el denominado «blended-learning» o sistema semipresencial, sino también potenciar la implantación de las nuevas tecnologías en la gestión universitaria, así como el aprendizaje colaborativo entre estudiantes y profesores mediante el Internet de las Cosas, Big Data, «cloud computing» o la generalización de las impresoras 3D.

En todo caso, la obligada transformación de la Universidad pública española sólo será factible con un serio replanteamiento de su actual sistema de financiación, en el que sus presupuestos sean suficientes, previsibles, estables y sostenibles, de carácter fundamentalmente público.

Esta reflexión acerca de la transformación de nuestro modelo universitario es una «asignatura» que debiera formar parte de los «planes de estudio» de cada Universidad. Todavía está pendiente de «aprobar» y, desde luego, como universitarios, no la podemos «suspender».