Opinión
España de mierda
El malditismo se absorbió como unidad de destino en lo universal, tanto que ni Albert Pla, cantautor y ahora también conocido por escribir una novelita llamada «España de mierda», pueden escapar de las garras de las que dice huir. El maldito acaba siendo un divo del sistema. La novelita ha sido el regalo de Alfred, nuestro representante en Eurovisión, a su novia, que también va a Eurovisión. No es un tratado independentista o algo similar como podría sugerir su título. Va sobre lo mal que se lo pueden montar unos músicos por aquí con collejas para todos, un relato surreal en el peor sentido de la palabra.
Lo peor de que el chico de Eurovisión regale un libro con ese título a su enamorada no es la provocación del encabezamiento sino el mal gusto literario del joven. La novelita es una cagarruta y el cantante meloso un papafrita por liarla. Dicen que en el hipotético caso de que reniegue del país al que va a representar, que no vaya. Que no estamos con Massiel y Franco en el año 68. Que no argumente un día que le obligó la dictadura. Ya ha contestado que va con «España a muerte». Tampoco hacía falta, cada cuál lee, piensa y regala lo que le da la gana. Ánimo Alfred. Siempre podrás pedir asilo en Lisboa. Los que te critican, incluido el que esto firma, en realidad estamos expiando nuestros pecados.
Porque el título de la novelita sí que da pie para concentrar un estado de ánimo. Los que tuercen el gesto por la elección de Alfred harían bien en mirarse –mirarnos– el ombligo antes de defender con tanta hipocresía hormonal a una nación que mira hacia otro lado cuando unos profesores humillan a sus alumnos por ser hijos de guardias civiles y tantas otras cosas que se ventilan ahora al hilo del «procés» y sus consecuencias. Como en los tiempos de silencio en el País Vasco, en los que buena parte del resto de España fingía no saber con tal de que la dejaran en paz y no les estallara una bomba al lado de casa, en Cataluña se ha ido larvando un «apartheid» que se conocía pero que se admitía al estilo de los corderos para que no los sacrificaran. Eran cosas de los catalanes, decían, como si fueran un ente pétreo. La culpa del sufrimiento de esos escolares en primera instancia la tienen los maestros, pero también nosotros por callar o hablar bajito. Los susurros son más fuertes que las bombas. No todo el mal supura de los gobiernos que se colocaron una venda en los ojos sino de los ciudadanos que gozaban en la ceguera, amando incluso la «normalidad» del rumbo perdido. Hasta el naufragio de mierda.
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