Opinión

Ni xenófobos ni «pagafantas»

La sociedad española pasa por ser la más solidaria de Europa a la hora de brindar apoyo humanitario a quienes llegan tras atravesar desiertos y mares huyendo de la mísera y de la desesperación. Aquí todavía no hemos sentado en el Parlamento nacional a representante xenófobo alguno ni ha calado –al menos hasta la fecha– el populismo patriotero alimentado por el rechazo a quienes vienen de fuera. No tenemos en las bancadas de la Carrera de San Jerónimo a un Le Pen, tampoco a un Wilders, un Farage o un Strache. Pero la pregunta que cabe formularse llegados a este punto es, si en nuestro país estamos exentos de que ese nacional populismo xenófobo pueda acabar germinando primero y desarrollándose después al albur del rechazo al foráneo con el que habremos de compartir «sí o sí» una porción de nuestro Estado de Bienestar.

Al fin y al cabo llevamos tiempo contemplándolo en Gran Bretaña, Italia, Austria, Hungría, Francia, Holanda o EE UU instalado, bien en la oposición o directamente en los propios gobiernos. Ciertamente somos más solidarios y más humanitarios, pero ¿cuánto más que los ciudadanos de estos otros países? ¿tan enfermas deberíamos entender que se encuentran estas otras masas electorales y tan sana la nuestra a la hora de pronunciarse sobre la llegada de inmigrantes? Tal vez la respuesta sea sencillamente que no. Puede que aún no haya aparecido el Arturo que arranque la espada de la infamia o el mago de la demagogia que despierte en España a una bestia latente. Si hace siete años comenzaba a crecer en nuestra política el populismo de extrema izquierda con la brutal crisis económica y el 15-M como primera referencia acompañada de un marcado liderazgo en la figura de Pablo Iglesias, ¿dónde está escrito que sea inmune al eventual surgimiento de ese otro populismo que se nutre del rechazo xenófobo hacia el inmigrante o el refugiado, máxime cuando previamente no se ha podido o querido evitar por los responsables políticos un idóneo caldo de cultivo? Tan solo depende de la aparición de un referente de liderazgo con nombre y apellido dispuesto, como Trump, Le Pen y otros muchos ejemplos a erigirse en guardián de la ciudadela.

La pescadilla se muerde la cola en un perverso silogismo que conjuga la impotencia ante la avalancha permanente de carenciados con las crisis económicas derivando en el surgimiento de los nacional populismos. Ergo seamos serios, si continúa esta tendencia, la demagogia buenista de hoy puede tornarse en impotencia mañana, ante el no descartable futuro de una Europa-fortaleza viviendo de espaldas a quienes proceden del exterior. Permanecemos enredados en el tacticismo electorero, lo del «problema resuelto» del italiano Salvini viendo al «Aquarius» poner rumbo a España es repugnante, lo de Ximo Puig «efecto llamada es ser personas» es demagógico, lo de Rivera apuntando solo a la UE es evasivo, lo de Iglesias abrazando las medidas de Sánchez en esta materia es anemia de argumentario y lo del PP quedándose en el «efecto llamada» es simple y puro complejo. La España actual tal vez sea algo «pagafantas» pero no xenófoba, salvo, claro está, si una erronea gestión de la inmigración se mezcla en la coctelera con una eventual crisis económica y a buen entendedor...