Opinión

Turquía, fin de trayecto

Erdogan dijo que la democracia es como un tranvía: uno se sube donde lo necesita y se baja cuando le conviene. Él se bajó hace tiempo, llevando un sistema político muy imperfectamente democrático hacia un régimen cada vez más islamista, autoritario, arbitrario y represivo. Cuando ya es el sultán con todos los poderes, con el ampliamente ejercido de anular a cualquiera que lo desafíe de supuesta intención, palabra u obra, se encuentra con que el crecimiento económico que ha sido el viento de popa que ha inflado sus velas a lo largo de su trayectoria, también se apea, bruscamente, tras una serie de avisos respecto a los que su endiosamiento e ignorancia de político chusquero, lo ha mantenido ciego.

A comienzos del milenio, con ayuda del FMI, tomando la amarga pero eficaz medicina que este organismo impone a sus pacientes, el líder islámico sacó a su país de una inflación desbocada y lo llevó hacia un rápido crecimiento que despertó a las masas tradicionales de la Turquía profunda, del interior rural de Anatolia, y atrajo con las oportunidades económicas a no pocos reticentes ideológicos. Su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), fue creciendo de elección en elección, cada vez menos libres, y con subsiguientes recortes de derechos y de las bases de poder de los seguidores de Atatürk, creadores de la Turquía moderna, occidentalistas, moderadamente laicos, no antirreligiosos, considerablemente corruptos.

A medida que Erdogan fue realizando sus designios, sus ambiciones se dispararon, su confianza en sí mismo se desbordó, mientras se reafirmaba su personalidad de gallito de pelea, del jefe pandillero que fue en su humilde barrio natal de pescadores de Estambul. Un duro de piel muy fina, extremadamente quisquilloso, dispuesto siempre a enfrentarse con todo el que le tosa, de dentro o de fuera. Curiosamente comparte algunas características con Trump, aunque menos divertido, contribuyendo al enfrentamiento entre ambos, lo que constituye uno de los factores principales de la gran crisis que en la que el país se ve sumido.

De la mano del hasta hace poco primer ministro y ahora presidente, con aspiraciones sin duda a la perpetuidad (cómo Putin), el crecimiento económico se transformó en burbuja, con gran endeudamiento exterior, sobre todo del sector privado, que desde comienzos de año ha entrado en barrena, provocando una aguda devaluación de la lira. Erdogan, que se atreve con cualquiera, ha desafiado, como ya venía haciendo, las leyes de la ciencia de la economía y no sólo se ha negado a aplicar las soluciones probadas, sino que ha inventado otras que podrían ser tan nocivas como las de su colega venezolano. Este frágil entorno se ha visto sometido a las perturbadoras tensiones del rifirrafe con el norteamericano. Son muchas las cuentas por violación de derechos humanos, así como el toma y daca entre Washington y Estambul, pero lo decisivo ha sido la amañada historia del pastor protestante norteamericano que lleva veinte años apacentando su grey en Turquía, detenido por supuesta e indemostrada complicidad en el obscuro intento de golpe militar en el 2016. El turco pretende cambiarlo por un influyente clérigo, desde hace años refugiado en EE UU, Fethullah Gülen, líder de un importante movimiento islámico, que fue aliado de AKP, pero que ahora es acusado, con la más absoluta carencia de pruebas, de ser el organizador del golpe. Hasta aquí hemos llegado, ha dicho Trump, pensando en su electorado evangelista y en sus credenciales nacionalistas, y ha respondido inusitadamente con abrasadores aranceles a productos turcos, precipitando inmediatamente una más abrupta caída de la lira, con el consiguiente peligro de una internacionalización de la crisis financiera.

El asunto trasciende ampliamente el ámbito económico, por sus graves ramificaciones políticas y la capacidad del dúo de seguir ampliándolas. Los disparates de Erdogan y su agresiva veta autoritaria en deriva hacia algo peor lo han metido en un rincón, pero sea el que sea el precio para su país, no está dispuesto a perder la cara. Trump no es famoso por su actitud reflexiva o sus sutilezas, como tampoco por su conocimiento de los temas o por el aprecio del consejo de sus asesores. Sin el cemento de la guerra fría y con el disolvente islamista Turquía se ha ido distanciando de los Estados Unidos y Europa. Erdogan lleva tiempo buscando nuevos aliados y ahora amenaza abiertamente con ello. China y los enemigos tradicionales del imperio otomano, Rusia y Persia. Occidente no es satisfactorio pero éstos lo son todavía menos. Europa, más susceptible a los peligros que la Casa Blanca, a lo que parece, busca un acercamiento, aunque no mucho ha, Erdogan acusó a Alemania y a Holanda de Nazismo.

En juego pueden estar las armas nucleares americanas en Turquía, único e inapreciable disuasor frente al arsenal ruso o las aspiraciones iraníes. Su desaparición lanzaría a Estambul a la conquista de ese armamento, para lo que viene preparándose desde hace años, con el consiguiente impulso a la proliferación. En el sangriento tablero sirio Rusia podría chantajear a Turquía permitiendo el aplastamiento de Idlib, el último reducto rebelde, tres millones y medio de refugiados que Turquía rebotaría sobre Europa.