Opinión

El Waterloo de Sánchez

Las declaraciones del ex president Carles Puigdemont después de su entrevista con el president de la Generalitat Quim Torra dejan bien claro que los separatistas catalanes le tienen tomada la medida a Sánchez. Primero, por la inconsistencia del presidente del Gobierno, que ha cambiado una vez más de opinión ante la presión de los jueces y la opinión pública, y donde dijo que no se haría cargo de la defensa del magistrado del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, dice ahora lo contrario. Y segundo porque Puigdemont sabe mejor que nadie que Sánchez depende de él en las Cortes y que la disposición a dialogar no viene de un arranque de generosidad y voluntad de diálogo, sino de la necesidad de sobrevivir a costa de lo que sea, incluido el acuerdo con aquellos que quieren acabar con la Constitución y con España. Las declaraciones de Puigdemont auguran por tanto unos meses de confrontación abierta, con unos nacionalistas crecidos ante un gobierno sin fuerza parlamentaria, pero obsesionado por repetir una y otra vez el guión que llevó a Sánchez a la Moncloa: la coalición anti PP, que es el elemento que une a todos aquellos que hasta ahora han apoyado a Sánchez. El cambio de criterio con respecto al juez Llarena revela hasta qué punto esta unidad es inconsistente. Y cómo está favoreciendo, no el apaciguamiento ni la vuelta a la realidad de los secesionistas, sino su combatividad y su euforia. Euforia artificial, como demuestran las contradicciones internas de los que apoyaron el «procés», pero que Sánchez va a mantener en vida, e incluso impulsar, con sus gestos de buena voluntad y los bandazos que irremediablemente tendrá que dar. A corto plazo, Sánchez acabará abrasando el escaso capital político que le suministró la moción de censura y el PSOE habrá de decidir si sigue con quienes buscan hundirlo o se decide a volver al pacto con los partidos constitucionalistas.