Opinión

¿Borrell es de la Liga Norte?

Hay quien vive en un mundo de ensueño en el que la realidad despista al deseo. Era lo habitual en el bando separatista. Un buen cuento, eso que llaman posverdad, quitaba la tensión muscular que provoca ser español si bien no aceptarse a sí mismo es el primer peldaño hacia la melancolía y la infelicidad. La ficción se ha convertido en parte del discurso de los que deberían contrastar una falacia pero que sin embargo se convierten en sus cómplices. A este hoyo de la vergüenza han caído cabezas que uno creía bien amuebladas y se han decapitado al paso de la guillotina del pensamiento único que impone al autoridad catalana. En un exceso de infantilismo piensan como en aquella legendaria sección del «Pronto» que se llamaba «Qué hubiera sido de mi vida si...», pero no estamos para fantasear como en un consultorio de la señorita Pepis. Así, Borrell, por ejemplo, declara que «preferiría» que los políticos presos no estuvieran en prisión incondicional. A Ada Colau no le parece «justo» que estén en la cárcel, y los del PSC se entregan a la ofrenda floral de una Diada, que no es la de todos los catalanes, a la que jalean los de la Liga Norte y recibe aplausos Arnaldo Otegi.

Seguro que hay cientos de casos en los que un ciudadano no se muestra conforme con una sentencia judicial aunque ha de callar. Son los tribunales los que tienen la última palabra. Silencio, que los niños duermen. Borrell «preferiría». Vaya. Es como si Carmen Calvo se mostrara a favor de sacar de prisión a condenados por violencia de género. Un ministro de España poniendo en cuestión al Supremo. Vamos bien.

Nos creemos inmunes al auge de los extremismos en Europa y no nos damos cuenta de que esta tierra es parte del germen nacionalista que amenaza a un continente que ha convertido la burocracia y el mantra socialdemócrata en su mejor ataúd. La Liga Norte española reposa su realeza en Barcelona. El mismo discurso euroescéptico y xenófobo que se quiere blanquear para no darse de bruces con el agujero negro, cósmico, interestelar, en el que la Nación perece. Los suecos, los italianos, los húngaros, son fascistas –franquistas más bien si seguimos la terminología de moda– y los que defienden lo mismo en Cataluña son «demócratas» que luchan en un relato medieval contra un Rey déspota. ¿Negociaría el Gobierno de la «justicia social» con Salvini o con Orban? ¿O «preferiría» no hacerlo? Los españoles tienen una pregunta que hacer al Consejo de Ministros.