Opinión
Radicales
«Mediante el voto no cambiarás nada en este país, ¿verdad? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Lamentablemente, las cosas solo cambiarán el día en que comencemos una guerra civil. Haciendo el trabajo que el régimen militar no hizo: ¡matar a treinta mil!». Lo dijo hace años Jay Bolsonaro. Sonriente basura a la que solo cabe normalizar desde la complicidad. Algunos probos ciudadanos, para denunciar al canalla, al Orbán de guardia, o a Nicolás Maduro, autócrata, homicida y corrupto, necesitan que milite en una fe antagónica a la suya. «No podría amar a un hijo gay», comentó otro día Bolsonaro, «No voy a mentir: preferiría que mi hijo muriese en un accidente antes que aparecer con un gay. Para mí, estaría muerto». Alguien capaz de escupir eso, o que «Pinochet tendría que haber matado a más gente», o «Estoy a favor de la tortura», o bien «No te violo porque no te lo mereces», no tiene un pase. Irrecuperable para la convivencia. No digamos la política. Un esperpento al que ni siquiera mejoran los intolerables escándalos de corrupción del partido rival, el Partido de los Trabajadores, que para empezar tiene a Lula en la cárcel. Todo lo más concluiremos, dado el nivel de los jefesitos, del menda a Ortega, que la democracia representativa sigue en nivel letrina en buena parte de Hispanoamérica. Funciona, otra vez, presentarse como un soldado de fortuna. Desprestigiar el sistema y a su casta, por más que en el caso de Bolsonaro lleve casi tres décadas de diputado. Rinde camelar el bajo vientre de un electorado que harto del crimen, el latrocinio y la crisis busca correcciones, utopías, mambo y emociones fuertes en un payaso. Pero no hay forma humana de redimir a quien considera que el liberalismo apesta a exquisitez para burgueses de país rico y a sus conciudadanos como nenes necesitados de látigo. La cosa no va de mimar al hijo de puta más próximo a tus prejuicios. No puedes blanquear al esencialista que promete atajos y escupe sobre los imprescindibles controles de calidad que posibilitan la convivencia. La dignidad, la belleza, ni que decir tiene la civilización, mueren achicharradas al contacto de quienes, ahumados de pistolas y bilis, sueñan con traer de vuelta todos los espectros, del fascismo al comunismo, que ululan en la larga noche del siglo XX. ¿Radicales? Por supuesto. Contra los hediondos gorilas a izquierda y derecha.
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