Opinión
Las corbetas saudíes
Tras salir de la Escuela Naval Militar, hace bastantes años, mi primer destino fue el Destructor «Oquendo». Era un barco con tecnología británica –muy complicado– que no salió del todo bien. La Armada española se inspiraba entonces en la Marina Real británica–deslumbrante por aquellas fechas– y el «Oquendo» era una clara muestra. Pese a sus decepcionantes capacidades, planeábamos dotarnos con otras fragatas británicas denominadas «Leander». Pero en el proceso se cruzó la política. El laborista Sr. Wilson –primero en la oposición, luego como primer ministro– con sus ataques al régimen del general Franco logró que canceláramos el proceso de contratación en marcha. Esta decisión británica de poner un veto político/ideológico a una venta militar tuvo dos consecuencias; una más inmediata que otra. En lugar de las «Leander» construimos en El Ferrol cinco «Baleares» –de diseño norteamericano adaptadas a requisitos propios– mucho mejores en lo militar y marinero, que las fragatas británicas. Créanme, mande la tercera, la «Cataluña», y he operado junto a «Leanders», que no estaban a nuestra altura por mucho que lo intentaran –y vaya que lo pretendían– básicamente porque su barco no daba más de sí. A partir de aquel momento hemos continuado construyendo buques con diseño propio y armamento norteamericano, y el éxito –para nuestra Armada y para la exportación– ha sido espectacular aunque los vientos políticos no siempre nos han sido favorables. Por ejemplo: tras lograr vender recientemente tres magníficos destructores a Australia, las siguientes fragatas para esta Nación y para Canadá serán de diseño británico aunque desde las «Leander» –años 60– no habían logrado vender un solo buque. Pese a la calidad de la oferta española, el Brexit, la Commonwealth y el retraso propio en construir las fragatas F-110 han sido factores determinantes en contra. Vender un barco de guerra a otro país es siempre un acto político de largo alcance.
El Sr. Wilson no llegó a comprender que sus fragatas no eran para Franco, sino para España, como tampoco las corbetas que vamos a construir en San Fernando van a ser para unos gobernantes concretos sino para dotar a Arabia Saudí de unos medios defensivos que sin duda necesitaran por el lugar en Oriente Medio en que están situados.
Vengo manteniendo desde hace años –desde luego mucho antes de este asunto de las corbetas– que lo que estamos presenciando en el mundo musulmán es un conflicto interno, básicamente ideológico, entre chiíes y sunitas que nos salpica a los occidentales –en esta fase– por los errores de las tres últimas administraciones norteamericanas. El caudillo de los chiíes es Irán sin ninguna duda. El liderazgo entre suníes –ahora que el Daesh ha sido derrotado– se está dilucidando entre Arabia Saudí y Turquía. Pero no deberíamos engañarnos, los occidentales no tenemos ningún amigo ni aliado islámico en Oriente Medio. En el caso de que lograra imponerse alguna de las naciones en liza, la siguiente fase sería arremeter contra los «cristianos» –contra nosotros– que casi hemos arrinconado la fe en el desván de la política. Paradojas de la historia. Pero para ellos esta fe, es su vida. De todo esto parece desprenderse que la única solución para no vernos envueltos en un eterno conflicto ideológico es tratar de mantener un equilibrio estratégico entre suníes y chiíes. Confiar en que su concepto de religión evolucione hacia interpretaciones más benignas, aceptando la yihad como una lucha personal espiritual en lugar de considerarla una expansión militar. Si esta evolución interna de la fe musulmana hacia alternativas de coexistencia con nosotros se materializase algún día, será probablemente la obra de diversos protagonistas. En Irán, el cambio debería surgir de su joven y emprendedora población. La reacción mundial ante el asesinato de Khashoggi probablemente fuerce a la casa de Saud a cambiar sus tendencias salafistas que tan adversas nos han sido a los occidentales. Y en Turquía, la ideología de los Hermanos Musulmanes –que impregna el régimen del presidente Erdogan– tal vez sea susceptible de acomodarse a la convivencia con los occidentales. Pero todo ello requerirá tiempo y mucha paciencia por nuestra parte. Las naciones, musulmanas o no, sienten el impulso de protegerse, de –por ejemplo– adquirir corbetas. En el caso de Arabia Saudí, corbetas y trenes de alta velocidad están unidos intrínsecamente. Ninguno de ellos alterará el equilibrio estratégico en la zona.
Creo que es saludable tener escrúpulos éticos a la hora de vender armamento, pero siempre recordando que la base de tiempos para el cálculo debe ser muy prolongada. Que los regímenes políticos cambian, pero las relaciones comerciales y estratégicas –como las establecidas entre la US Navy y nuestra Armada– perduran. El Sr. Wilson debe estar preguntándose en su tumba por qué se equivocó con la Armada española. Al menos así lo han reconocido muchos marinos británicos que tienen hoy una Marina que es un pálido reflejo de aquella que fue, con dos portaaviones casi sin aviones y que están planeando reemplazar sus submarinos nucleares balísticos. Por estos dos asuntos van a tener que sacrificar todo lo demás. Vivir del prestigio pasado es un caro error. Aprendamos a medir los tiempos en decisiones como esta de vender corbetas a un país musulmán de los muchos que luchan hoy en Oriente Medio por la hegemonía, por su fe y sus intereses. En estos asuntos no hagamos solo cálculos electorales andaluces cortoplacistas.
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