
A pesar del...
Piketty no es traidor
La clave de la progresividad fiscal no es saquear al rico, sino lograr que la clase trabajadora considere que el grado en que la crujen los progresistas es «aceptable»
Piketty no es traidor porque avisa, y antes. En «El capital en el siglo XXI» había que llegar a la página 576 para enterarse de que quería subirles los impuestos a los más pobres –cf. https://bit.ly/44Avdl9. Hoy, en «Hacia un socialismo ecológico», su anhelo de arrasar con derechos y libertades está al principio, donde defiende «una salida progresiva y decidida de la lógica mercantil y capitalista en un número cada vez mayor de sectores de actividad», porque «sectores enteros, empezando por la energía, el transporte y la construcción, deben abandonar una lógica puramente lucrativa».
No defiende el comunismo tout court, sino su variante verde y cariñosa, porque si dejamos a la gente en paz, los millonarios van a contaminar todo y se lo van a quedar. Perdurable camelo, desde Marx hasta Piketty, pero el objetivo es el mismo. Ahora el economista francés acude a medios más amables, pero el fin no cambia: «apostar decididamente por la socialización creciente de la riqueza, desarrollando al mismo tiempo formas innovadoras de gobernanza participativa, descentralizada y democrática».
Llega a contemplar una presión fiscal del 90 % de la renta nacional. Aparte de su odio a la libertad del pueblo, revela debilidad analítica, porque lo que dice es que, si el Estado creció, ¿por qué va a dejar de hacerlo?: «En 1910, nadie habría podido predecir que los impuestos y las cotizaciones a la seguridad social pasarían del 10 al 50 % de la renta nacional en el transcurso del siglo siguiente». Todo dependerá «de la capacidad que tengan el sector público y las lógicas no mercantilistas para satisfacer las necesidades concretas de los ciudadanos de forma más convincente que el sector privado». La necesidad de conservar lo que es suyo, señora, no cuenta, claro.
Desmiente la austeridad: los Estados no se redujeron en ninguna parte, pero, para dolor de Piketty, dejaron de crecer. No se pregunta por qué, solo le interesa subrayar lo malo que era Hayek.
Tiene la virtud de señalar que muchos supuestos liberales hoy no quieren reducir marcadamente el Estado; de apuntar que el famoso «contrato social» es para que la gente pague más; y de aclarar que hay que sablear a los pobres: la clave de la progresividad fiscal no es saquear al rico, sino lograr que la clase trabajadora considere que el grado en que la crujen los progresistas es «aceptable».
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