Opinión
Caniches enfurecidos
Antes, cuando vivíamos otros tiempos de crispación política, solía darse rienda suelta a unos Dóberman que al menos ladraban con cierto estilo. Ahora, el nivel de nuestros representantes parece asemejarles más a ridículos caniches enfurecidos. La reflexión que comparto de punta a punta era de un panelista de Alsina en Onda Cero tras la enésima entrega de ópera bufa protagonizada por el independentista Rufián, pero sobre todo haciendo extensiva la cutrez de nuestra política actual al comportamiento de determinados dirigentes y la utilización torticera que otros hacen de ese comportamiento. Me parece por ello más que interesante escarbar en la madre de todas las preguntas, ¿por qué nos topamos en la España de 2018 con esta camada de políticos? Puesto que debemos entender que la sufrida ciudadanía no ha hecho nada para merecer algo que va mucho más allá de la mera anécdota parlamentaria y que tiene como damnificada colateral a la imagen de un estado cuyas instituciones sí están demostrando estar a la altura en la defensa del sistema ante los órdagos puestos sobre la mesa.
No caeré en el recurso facilón de establecer comparaciones entre la actual generación de políticos y los de antaño, sobre todo porque cometería la injusticia de no reparar en que unos y otros tiempos son distintos. Durante y tras la transición, quienes estaban hicieron lo que tocaba hacer con errores que hoy probablemente pagamos como el diseño autonómico o el poco definido equilibrio –incluido el texto constitucional– entre los poderes ejecutivo y legislativo frente al judicial, pero con aciertos frente a desafíos que no ofrecían otra alternativa; o se ganaba la democracia o el abismo, o se nos metía en Europa o el ostracismo, o había pactos de la Moncloa o bancarrota, o reconversión industrial o medievo. No quedaba otra. Pero vuelvo a la pregunta: ¿Por qué este perfil de políticos actuales? Y la respuesta probablemente obedezca a un ramillete de factores de los que me quedaré con dos: el primero, la filosofía impregnada por las direcciones de los grandes partidos desde hace años de convertir a sus viveros, las «Nuevas Generaciones» o las «Juventudes Socialistas» de turno, en escuelas primero y trampolín después de políticos profesionales. Han pasado en muchos casos de las «Jaime Vera» o los «clanes de Becerril» a la concejalía, el escaño o cargos mayores. Han solventado por la vía rápida y a veces burda masters y tesis. Han cotizado en empresas públicas o privadas lo justo o nada y han centrado su «leitmotiv» en el arribismo interno de organización frente a la convicción ideológica. El segundo factor es una obsesión por el dedo antes que por la luna que ha llevado a sublimar el marketing político y la tiranía de las redes sociales. El resultado no debería sorprender cuando contemplamos que se negocia una renovación del CGPJ pasando por encima de la independencia judicial o cuando un gobierno «ningunea» al Parlamento hurtándole el debate de presupuestos. Sencillamente es así y tal vez por ello deba ser el optimismo lo último que debamos perder a la espera de que haya un drenaje natural, una catarsis. Que se trate de un sarampión...que lo sea.
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