Opinión
Navidad 2018
La primera felicitación de Navidad del inquietante 2018 que ahora concluye me ha llegado por watshapp. Es una estampa con tres figuras humanas que van de camino. Me viene con un escueto y, hasta cierto punto, enigmático comentario: «La historia se repite; no aprendemos». Es de noche y, a pesar de eso, siguen de camino. El camino se adivina escabroso. No se ven los perfiles ni las orillas. Como si avanzaran a duras penas abriéndose paso entre la maleza. Hay luna llena, pero ello no impide que en el cielo brillen un montón de estrellas diminutas. Como se ve, todo es un poco naif.
El hombre y la mujer son jóvenes, morenos, de rostro agradable. Parecen hispanos. Él tiene bigote, un bigote fino, y lleva una visera barata. Viste vaqueros y una camiseta amarilla de manga corta. Calza zapatillas muy desgastadas. Lleva a la espalda una mochila. Con la mano derecha extendida parece que va separando obstáculos y con la izquierda, que pone suavemente en la espalda de ella, trata de ayudarla. La mujer también viste vaqueros, calza chanclas y, colgado del hombro, envuelto en un chal morado carga con el niño, que también es moreno y va descalzo. La madre porta en cada mano una bolsa de color naranja. Uno sospecha al verlos, sin miedo a equivocarse, que hace muchos días que han salido de su casa y que en la mochila y las bolsas llevan todas sus pertenencias.
Mirándolos bien, parecen mexicanos; pero lo mismo podrían ser guatemaltecos, hondureños o acaso venezolanos. Se ve a la legua que han dejado atrás su tierra y que tienen prisa por llegar. Si no, no caminarían de noche. Aunque también pudiera ser que anden de noche para no ser localizados o para evitar el tremendo calor del desierto. Eso explica que vayan tan ligeros de ropa, sin abrigo. El rostro de la mujer desprende serenidad. Al hombre se le ve decidido, pero intranquilo y preocupado, como si les amenazara algún peligro. Puede que estén ya cerca de la frontera. Una luz misteriosa, a pesar del evidente desamparo, ilumina a los tres. Cada uno de ellos lleva detrás de su cabeza una aureola dorada y luminosa, como las que se ven en los iconos de las tablas bizantinas. En medio de la aureola del niño brilla además una cruz roja con el alfa y el omega. Su identidad parece, pues, fuera de duda, sin necesidad de que nos enseñen el pasaporte. No llevan visado. Así que milagro sería que, cuando esta noche lleguen a la frontera, les dejen pasar los guardias fronterizos.
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