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Opinión

Turca

Tuve un labrador llamado «Sem», de pelo negro. Peleón en la calle y buenísimo en casa. Me acompañaba durante mi trabajo, a mi vera derecha. Y le gustaba la música romántica y barroca, el folclore ruso, las zambas argentinas y los corridos mexicanos. Se emocionaba con Mozart, y ladraba enfurecido con el «Aleluya» de Haendel, con toda la razón. En verano, en Ruiloba, era feliz. Pero no del todo en un piso de Chamberí. Cuando se fue no lo sustituí, porque los perros, como las personas, son insustituibles. Un perro de gran tamaño en un piso, por bien querido y tratado que esté, siempre será un preso. Los labradores son maravillosos nadadores y cazadores, y necesitan para cumplir con su libertad el derecho a los grandes espacios. «Sem» admiraba la belleza de las nudistas en la playa, renunciaba a perder el tiempo con las bañistas excesivamente tetudas y era homófobo. Tomaba el sol un turista completamente desnudo boca arriba, y «Sem» gruñó. No al turista, sino a su colita, más fuchinga que cacharro, y el turista abandonó malhumorado la playa. Se trataba de un turista nacional, catalán, que probablemente viajó hasta Comillas para disfrutar del horroroso «Capricho» de Gaudí, que era en aquellos tiempos un pésimo y carísimo restaurante japonés. Y en muchas ocasiones, me acompañaba sentado en la popa de mi «zodiac» en mis singladuras a remo por la ría de La Rabia, desde la casa de los Herrera, el cabo de Gerramolinos de Adela Güell, el otero de Alfonso de la Serna y el paisaje escocés de Rioturbio. Un perro como Dios manda.

Pero jamás embarcó en un avión o un helicóptero. Su mundo se reducía a mi pequeño mundo dividido entre la gran ciudad, su cárcel, y los prados, playas y bosques de Ruiloba, Comillas y Valdáliga, su libertad. En ese aspecto, nada tenía que hacer comparado con «Turca», que es Secreto de Estado. Porque «Turca», el Secreto de Estado canino de Sánchez, entra en un «Falcon» y se considera como en su casa. Y para colmo, ya en destino, mientras su amo y señor se zambulle en las valientes aguas canarias, uno de los escoltas del presidente advenedizo y de su señora –también Secreto o Secreta de Estado–, juega con la perrita para que no se aburra. Así, que después de estudiar, trabajar, cumplir y servir a España durante años en situaciones de riesgo, más de un guardia civil ha terminado jugando con «Turca», lanzándole huesos de goma maciza para que mantenga su musculatura en forma. Un perro, en este caso perra, cuyos desplazamientos forman parte de los Secretos de Estado, es un caso especial muy a tener en cuenta.

Sánchez que lleva acumulados más días de vacaciones que de trabajo desde que alcanzó la presidencia del Gobierno de España apoyado por los votos de los que desean que España como tal, la nación más antigua de Europa se vaya al carajo, no puede separarse de «Turka», y es detalle digno de vanagloria. Los altos mandatarios –Sánchez es alto mandatario exclusivamente por sus centímetros–, no saben educar a sus perros. Sus obligaciones mandan sobre sus afectos. Pero este Sánchez es muy capaz de romper los moldes de la costumbre y llevar a «Turca» al Congreso de los Diputados, y mientras habla, soltarle la perra a Ábalos, la Batet, la Calvo, Marlasca o al astronauta con riesgo de fluído inesperado. Porque la raza de «Turca» es raza meona, muy dada a las micciones traviesas.

A José María Aznar le regalaron un «cocker» que mordía a los ministros del Gobierno, hasta que Álvarez-Cascos le soltó una patada que dio con el «cocker» en el seto de los rododendros. No volvió a acercarse a un ministro. Pero Aznar jamás viajó con el «cocker», ni usó de los servicios de escolta para que jugaran con el «cocker», ni elevó los viajes de su mujer y del «cocker» a la categoría de Secretos de Estado. La manutención y veterinario del «cocker» de Aznar, al tratarse simplemente de un perro, los pagaba Aznar. Pero como «Turca» es lo mismo que doña Begoña, Secreto de Estado, los gastos, los cuidadores, el pienso, el hueso de goma, la desparasitación y demás elementos facturables, lo pagamos los contribuyentes. Y en este punto discrepo, siempre con prudencia y cortesía. Creo que doña Begoña gana lo suficiente para pagarse sus bolsos y sus modelos, y opino que la comida de «Turca» entra sin dificultad en las obligaciones pecuniarias de Sánchez. Todo menos que se contagien otros políticos y terminemos los españoles por pagar las pipas del papagayo de los condes de la Navata, que si no lo tienen, lo adquirirán próximamente, porque nada hay más hortera que un papagayo en las faldas del Guadarrama.

«Turca» es una perra privilegiada que me ha ayudado a añorar el humilde pasar por la vida de mi labrador «Sem», que hoy forma parte detenida de esta tierra que tanto amo.