Para intentar buscar una salida a la ciénaga en la que chapotea desesperadamente, Pedro Sánchez ha reunido un Comité Federal de urgencia del partido socialista. El objetivo es poder dar un titular a sus periódicos y televisiones que hable de una renovación en el PSOE, como si se estuviera saneando ya automáticamente un organismo que se ha descubierto súbitamente corrupto.

Pero lo más curioso a constatar es que, en realidad, en el PSOE ya hace tiempo que, al menos, han existido voces discrepantes que se rebelaban públicamente contra ese entorno de Sánchez que ahora afirma querer sanear. No las escuchó entonces y seguro que tampoco les va a querer dar espacio ahora.

En el ámbito de su Gobierno, por el contrario, jamás nadie ha expresado valientemente un disenso y todos sus integrantes han aceptado sumisamente esas líneas de acción que ahora escandalizan. No hemos presenciado jamás una queja pública o una dimisión como protesta entre el equipo gubernamental; lo que hace pensar en complicidad o domesticación. Por tanto, por pura lógica, los españoles podemos sospechar perfectamente que el Gobierno está todavía mucho más corrupto que el PSOE. La renovación y saneamiento del partido socialista es deseable para cualquier mente razonable, pero la verdaderamente urgente es, sin lugar a duda, la del Gobierno.

Sánchez quiere alejar del partido todo aquello que esté impregnado del olor de Ábalos, Koldo, Cerdán y Aldama. Hasta María Jesús Montero, cual Loretta de Monty Python negando la realidad, afirma que Santos Cerdán no tiene nada que ver con el PSOE (¡el secretario de organización, nada menos, jua, jua!).

El presidente quiere amputar a su alrededor todo aquello que lleve el pestífero olor de Santos Cerdán. Pero, al igual que los que tienen halitosis, no se da cuenta de que él es quien desprende más ese aroma. No le quedará más remedio por tanto que amputarse a sí mismo.