Opinión

Flexibilidad y adaptación

Aunque haya quien siga sin creerlo, gobernar con el apoyo de quienes quieren destruir tu país tiene precio, y consecuencias. En cuanto al precio, el PSOE lo ha empezado a pagar con las elecciones andaluzas, que les llevan a salir de un gobierno en el que estaban confortablemente colocados desde hace casi cuarenta años. Y la primera consecuencia ha sido un terremoto en la configuración de la política española y, más allá, en la sociedad y en la cultura. Se suele hablar de un «bloque» de centro derecha compuesto por Ciudadanos, Partido Popular y Vox. Las elecciones andaluzas han dibujado otro panorama más próximo a la realidad. Existe, efectivamente, una alianza entre estos tres partidos, pero los puntos en común han sido detener la ofensiva pro nacionalista del PSOE y la voluntad de los electores de desalojar a los socialistas de la Junta de Andalucía. Hablar de «centro derecha» para definir esta alianza presta a confusión. Para empezar, Ciudadanos no es, ni quiere ser, un partido de derechas, ni siquiera de centro derecha. Su vocación es la de situarse en el centro izquierda, más socialdemócrata antes y ahora más liberal. Liberal en el nuevo sentido de la palabra, es decir liberal en causas sociales y culturales propias del multiculturalismo y con moderación, en cambio, en lo económico. Hasta ahora, Ciudadanos había aprovechado con habilidad el autismo ideológico en el que el PP se había retranqueado. Recibía votos de todas partes: de los electores asombrados con la deriva socialista y de los aburridos con un PP incapaz de avanzar después de sus éxitos económicos. Ahora el PP está en trance de elaborar una nueva posición, se muestra dispuesto a luchar por ella y, además, hay una alternativa a la derecha. Ciudadanos, como se ha visto estos días, habrá de reinventarse y reinventar al mismo tiempo el centro izquierda. La tarea consiste en construir una izquierda española ilustrada y europea, antinacionalista, moderna... Un reto gigantesco, apasionante, que Ciudadanos ya no podrá posponer por consideraciones tácticas. La aparición de Vox como fuerza parlamentaria ha acabado con la excepción española según la cual aquí no podía existir una fuerza radical de derechas. Es una novedad extraordinaria. Ha requerido ni más ni menos que el intento de secesión de Cataluña. Los españoles se habrán mostrado reticentes a esta opción hasta el último momento. Por eso mismo, trae aparejada una mutación cultural que acabamos de empezar a sondear. En cuestión de pocas semanas, se han derrumbado muchos de los tabúes y las expectativas, las ideas y las creencias propios de la cultura oficial española hasta ahora. El signo inequívoco ha sido el debate sobre las leyes de género, unánimemente respaldadas por todo el espectro político. Hasta ahora.

Vendrán otros: la memoria histórica, la educación, la inmigración, la posición en la UE, la familia, el papel cultural del Estado...

Y como todo ha arrancado con la crisis catalana, que es tanto como decir con la cuestión nacional, esta va a ser el centro de todos los debates culturales y políticos que se avecinan. Como es natural, las disparidades en la alianza Cs, PP y Vox serán grandes. Cuando la cultura toma la prioridad en el debate político, es de esperar confrontaciones duras. Ahora bien, también se les va a pedir flexibilidad y generosidad. En particular en la cuestión nacional, en la que va a ser necesario un tipo de consenso como hasta ahora no ha existido: un consenso explícito, claro y eficaz, formulado para que todo el mundo lo entienda, que haga valer los símbolos y capaz de resistir los envites que vienen. De la responsabilidad y de la claridad de las propuestas dependerá el porvenir de cada uno. Por el momento, nada más aparecer en sociedad, la derecha radical ha respaldado una opción moderada de gobierno. Es un hecho extraordinario. Demuestra la madurez de la sociedad española, que no habría entendido otra posición, y la del equipo dirigente de Vox, que ha celebrado su puesta de largo facilitando el gobierno a los demás. Con condiciones, como era de esperar, pero sin frivolidades ni fanfarronadas como las de Podemos en circunstancias parecidas.

Queda el PP. Gracias a Pablo Casado y a su equipo, ha empezado a recuperar espacio. Lo han hecho rápido y en medio de dificultades muy serias, consecuencia del vaciamiento previo del partido y de la moción de censura. Con la presentación de las candidaturas a las próximas elecciones, con Madrid y Valencia al frente, el PP confirma la renovación de cuadros y el cambio ideológico. No se trata de competir con la derecha radical. Se trata de elaborar una posición propia que dé respuesta a las demandas y a las incertidumbres que genera un cambio tan profundo como el que estamos viviendo. En particular en la cultura, un asunto del que los populares siempre se han desentendido por inseguridad o por considerarlo un simple adorno. Ahora es el núcleo de todo. Bastará que el PP dé muestras significativas de su compromiso en este punto para consolidar su posición. Y esta debería ser la de encabezar, como en Andalucía, la alternativa a la coalición de socialistas, podemitas y nacionalistas. Pensar en mayorías como los de años pasados es una ilusión. Basta con imaginar lo que habría ocurrido con un PP a lo Rajoy... En realidad, la derecha española, como la propia sociedad, está demostrando flexibilidad y una notable capacidad de adaptación.