
Opinión
España, una democracia plena
Groucho Marx es hoy en día tan recordado por sus películas como por sus frases, que bien pudieran ser englobadas en el género de las greguerías de Ramon J. Sender. Constituyen frases cortas que expresan, de forma aguda y original, pensamientos filosóficos, humorísticos o pragmáticos. En concreto se le atribuye la siguiente: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados», aunque la frase es original de Ernest Benn, un escritor y político británico, si bien, en el inciso final de la frase cita la expresión –soluciones inadecuadas–; en cualquiera de los casos, dibujan un ejercicio de la política ciertamente nefasto.
En España , al igual que en muchos países, tenemos problemas, algunos muy propios de nuestra especial idiosincrasia, pero la mayor parte más globales. A pesar de ello, no se nos puede atribuir problemas inexistentes, ni exagerar disfunciones convirtiéndolas en dificultades permanentes de nuestro sistema. Algunos políticos se sienten lo dueños de la defensa de los derechos fundamentales, de tal suerte, que sin su aporte ideológico o de gestión, corremos el riesgo de convertirnos en una especie de estado totalitario o algo semejante, de tal suerte que siempre están alertando de que, con las propuestas o acciones de sus adversarios políticos, se pone en constante riesgo nuestro sistema de garantías y libertades públicas.
Hace pocos días, en el Democracy Index 2018 elaborado por «The Economist», informe en el que la Unidad de inteligencia de la publicación clasifica a los países atendiendo a la eficacia y salud de sus sistemas políticos, se dice que España repite, otro año más, en el puesto número 19 de la veintena de países que «The Economist» considera democracias plenas. Con una puntuación de 8,8 puntos sobre 10, España se coloca por delante de otros países europeos como Francia, Bélgica, Italia y Portugal. Se destaca en este informe que tan solo un 4,5% de la población mundial vive en una democracia plena, todo lo cual, si bien no puede provocar una indolente relajación del que lo ha conseguido todo, sí que nos puede provocar un sentimiento de orgullo por lo logrado, celebrado un éxito del que nadie puede apropiarse. Los derechos de todos están garantizados sin que nadie se pueda considerar el mejor adalid de su garantía.
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