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Opinión

Pateo balsámico

La farsa de la política española no merece ser estudiada como una tragedia o un melodrama. Se trata de una comedia. Don Ramón María del Valle Inclán, que se mesaba la barba cuando le dominaba el enfado – «no se ordeñe más la barba, don Ramón, que por mucho que lo intente no le va a salir la mala leche que lleva dentro» (Pedro Muñoz-Seca en el café Guría de San Sebastián)–, no se paraba en barras. Su mayor diversión consistía en cargarse las representaciones teatrales de don José de Echegaray, mayúsculos tostones. En un estreno, hablan dos hombres de una mujer que se disputan. Uno de ellos la define: «Su piel es de seda pero sus nervios, de acero». Y Valle Inclán, que se incorpora de su butaca y grita: «¡Ezo no ez una mujer! ¡Ezo ez un paraguaz!». Y montó el barullo.

Ágatha Christie puso de moda el teatro policíaco. Y en España surgieron autores muy malos que aprovecharon el tirón. El genial Antonio Ozores cumplía con el papel de un policía. En la sesión de noche, sólo un espectador, que con todo su derecho exigió que se llevara a cabo la representación. Alzado el telón, un salón con un cadáver en el suelo y una fámula sollozando con el inspector Ozores examinando el fiambre. En un momento dado, Antonio Ozores agudizaba el oído y con gran dramatismo decía.–¡Chistt, oigo pasos!–. Desde el patió de butacas surgió la voz del único espectador: –Son los míos. Esto es malísimo. Me voy–.

El espectador, sin saber lo que hacía, hoy nos representa a la mayoría de las personas más o menos normales que quedamos en España. Por más que nos asombren los políticos –y con especial insistencia los de las llamadas izquierdas–, menor importancia les concedemos. Con los millones que le ha regalado Sánchez, Torra el golpista ha culminado un ridículo viaje de promoción separatista por los Estados Unidos. Y nos hemos reído y abandonado la función. Errejón ha traicionado a Iglesias, y nos hemos reído y abandonado la función. El papel de Echenique en la farsa no es el más simpático: «Es lógico que permanezca en el escaño porque hasta mayo de algo tiene que vivir». Es un bicho, este Echenique. El espectador se dirige al actor motorizado y le grita: «¡Bicho malo! Me voy». Y se va el espectador de Podemos. Teresa Rodríguez arremete contra los ricos que viven como burgueses y le recuerdan el chalé de su jefe en La Navata. Y los espectadores se van y le dejan en las urnas con sus enaguas silvestres a la vista de todos. Nos hallamos en un período pre revolucionario del estalinismo de las sonrisas a los yihadistas y los etarras, y en la calle se respira una saludable normalidad. Los restaurantes están llenos, los bares bulliciosos, los espectáculos abarrotados, han aumentado las hipotecas por compra de viviendas, y las buenas gentes sólo recurren a las palabras de los políticos fracasados para sonreír. España está desdramatizando el drama y convirtiéndolo en comedia de enredo. El cine español sigue aburriendo desde sus subvenciones y Arturo Fernández, con 88 años de edad y sin pedir un euro al ministerio de Cultura, llena la sala todos los días de todas las semanas desde hace meses.

España es un ripio, como los de Camprodón. El personaje surge de las bambalinas y aparece en un jardín con estatuas. Se apoya en una de ellas y declama: «Oh, bella estatua Minerva!/ Qué bello paisaje aqueste; / ¡Y cómo crece la hierba/ con este viento sudeste!». Lo podría haber escrito Monedero, el poeta del Orinoco y de los 400.000 euros.

Días atrás, un niño de siete años, contemplando una fotografía de Puigdemont se rompió la caja de risa. –¿De qué te ríes?–, le pregunté: –De este payaso. ¿En qué circo trabaja?–. –En un circo belga–, le respondí; –pues qué pena–, remachó.

Tenemos por delante muchas comedias a estrenar que van a solazarnos de las preocupaciones. La encuesta que guarda Podemos sobre sus expectativas electorales le conceden menos de un 4% de los votos en Madrid. Y son anteriores al cruce de acera de Errejón. La comedia regala más esperanzas que los dramas de Echegaray o las tragedias de Camprodón. Cuando se alce el telón, nos vamos a morir de risa. Trabaja Echenique en un papel principal.