Opinión
La podemización del taxi
En su bárbara escalada, los dirigentes del taxi han anunciado movilizaciones con las famosas mareas. Concretamente, con los yayoflautas y los sectores educativos que protestaron contra Rajoy. Alucino en colores. Los conductores del servicio público están completamente desnortados.
Como los populistas –muy listos ellos– les han hecho el caldo gordo, los del taxi se han creído que Carmena es su gran esperanza. Naturalmente que la alcaldesa encuentra placer en poner las cosas difíciles a la Comunidad de Madrid, gobernada por el PP, pero el público objetivo del taxi nada tiene que ver con los votantes de doña Manuela. Supongo que el grueso de los usuarios del taxi son empresas privadas, que tienen contratos para el transporte de sus empleados; viajeros de alta frecuencia, que se trasladan al avión o al tren y personas con cierta capacidad adquisitiva que prescinden del metro o el autobús. Este público tiene natural simpatía hacia el gremio. Son muchos años de confianza y seguridad en los desplazamientos. Me pregunto qué cara se les queda al descubrir la hermosa alianza entre los que están montando el caos en las calles y los de Pablo Iglesias. Esa hermandad de proletarios unidos, tan cercana a Venezuela o la URSS.
Se han equivocado los taxistas, de verdad. He sido la primera en defender que el libremercado no es siempre lo mejor. La liberalización de los horarios comerciales, por ejemplo, nos lo ha puesto muy cómodo a los consumidores, pero ha obligado a mucho pequeño comercio a cerrar, incapaz de hacer frente a las grandes superficies o el estajanovismo chino. La consecuencia son ciudades monocordes, con franquicias que se extienden por el mundo entero y copian una única fisonomía mundial. Todo haz tiene su envés. Estaba segura de que era posible una solución de compromiso entre las familias que viven del taxi y las VTC, que pagan sueldos que a mí no me gustan. No son éstas ideas de izquierdas. Hay muchos conservadores que recelan del orden internacional impuesto por el capital y los flujos industriales interesados.
Pero ahora han sido los taxistas los que han abandonado a su público objetivo. Se han atrincherado con los que proponen el estado frente a la persona. Al usuario tradicional del taxi –en el que me incluyo– se le están quitando las razones emocionales para seguir apostando por sus conductores favoritos. Si van a hacerle el caldo gordo a los populistas, habrá que pensar en usar Uber o Cabify, que jamás he probado. Prefiero el capitalismo salvaje a los planes quinquenales. Al menos no me da la barrila ideológica y me deja intentar sobrevivir con mis propias fuerzas, sin tener que llevar carnet del partido o seguir la reglas del koljós.
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