Opinión
Respeto, educación, perdón y reparación del daño, ante el machismo en el fútbol
El Terrassa retira a los veteranos de la competición tras los insultos referidos al femenino B. Que en 2019 se siga insultando a las mujeres que juegan al fútbol tiene delito, pero que encima los insultos salgan de jugadores que comparten escudo, camiseta, profesión y pasión, no tiene explicación ninguna... ¿o sí? Puede que explicación tenga, justificación no.
Una de las estupideces más grande que he oído en una grada de fútbol es que el fútbol femenino no tiene nada de fútbol ni tampoco de femenino. Los hombres sueltan estos comentarios, se jactan de ello como si hubieran dicho la gracia del siglo y, sin ser conscientes de su trascendencia, dejan en el aire una peste a machismo, a superioridad y a arrogancia, que se impregna en quien menos debería, los niños.
Las personas tenemos la capacidad de ser agresivas por naturaleza. Estamos dotadas de cortisol y adrenalina para defendernos ante una amenaza. La respuesta agresiva está justificada cuando tu vida está en peligro. La respuesta violenta, irrespetuosa, machista o sexista, nunca. Que las mujeres jueguen al fútbol o que unos niños disputen un partido jamás debería ser un estímulo que desencadenara en la grada, en padres o, en este caso, veteranos de un equipo, una respuesta violenta, absurda, humillante, hiriente, machista, vulgar y completamente fuera de lugar.
El cerebro se siente amenazado cuando nuestros pensamientos, basados en creencias y valores, interpretan y verbalizan en tono humillante, negativo o agresivo. En el momento en el que piensas o verbalizas “qué sabrán estas de fútbol”, “ese niño es un chupón, cógela tú, que no te deja jugar”, “árbitro -que igual tiene 17 años-, eres un mamón, vete a tu casa”... Tu mente entiende que te encuentras ante un peligro. ¿Por qué si no ibas a elevar la voz, humillar, amedrentar o amenazar? El cerebro identifica a partir de esta información verbal y no verbal que estás en peligro y desencadena la respuesta de ansiedad y lucha. Con lo que tu agresividad se sigue incrementando. Pero realmente quien está en peligro es la víctima de tus insultos. Tú te sientes amenazado porque el partido, los niños, el árbitro, o quien sea, no cumplen con tus expectativas. Expectativas erróneas, exigentes y equivocadas. Y te crees con el derecho de criticar injustificadamente la situación, sin un filtro mental que separe tus pensamientos de tu lenguaje.
Enseguida se disparan las hormonas y los neurotransmisores, como el cortisol y la adrenalina, llevan a la persona que está en la grada a sentir aún más tensión y más furia.
Está claro que no tenemos la varita mágica para solucionar este absurdo que sucede por desgracia casi todos los fines de semana, pero sí algunos consejos que poco a poco pueden ir modificando la situación:
Fomentemos el respeto, en el sentido grandioso de la palabra. A veces es tan simple como preguntarse: ¿Ese comentario que voy a decir, me gustaría escucharlo sobre mis hijos o sobre mis hijas, si ellas jugaran a fútbol? ¿Cómo puede sentirse la persona víctima de este comentario? ¿Tiene valor lo que voy a decir? Porque es de mala educación hablar con la boca llena, pero todavía es de peor educación hacerlo con el cerebro vacío.
Eduquemos en la tolerancia y la diversidad. Y esto tiene que ser desde la cuna. El escenario para educar en valores es el escenario propio de la vida: hablar en casa, en la escuela, en los entrenamientos de los niños y niñas, en cualquier acción que vemos en un partido o en televisión. No hagas bromas con frases tipo, ni con chistes machistas o sexistas. Los niños no saben diferenciar la broma de lo que no lo es y con ello terminan por cruzar límites que no deberían.
Y, por supuesto, dado que con la educación no es suficiente, establezcamos contingencias, no sólo castigos. Que retiren de la competición al equipo de veteranos es un castigo, pero no se genera mucho aprendizaje con esta acción. Para aprender, además de tener una consecuencia, tienes que pedir perdón y reparar el daño cuando ofendes y humillas a otras personas. Reparar el daño supone, por ejemplo, trabajar cada semana los veteranos de utilleros para los equipos femeninos. Vivir con ellas de cerca sus miedos en los vestuarios, las críticas en otros campos, saber cómo se sienten, su esfuerzo. Igual así podrían valorar lo duro que es para una mujer, en muchas situaciones, poder jugar un partido de fútbol. No se trata de un castigo, sino de un ejercicio de empatía que permita contagiarse de las emociones de las chicas, saber qué piensan, qué sienten y ponerse en sus botas.
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@patri_psicologa
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