Opinión
«Como decíamos ayer...»
Que la supina ignorancia del doctor Sánchez le haya conducido a confundir a San Juan de la Cruz con Fray Luis de León no significa que su cita de la entradilla con la que éste retomó sus lecciones al reintegrarse, en enero de 1577, a la Universidad de Salamanca, tras varios años de encarcelamiento por la Inquisición, esté traída por los pelos. Fray Luis dijo, en efecto, en la famosa aula de las Escuelas Mayores que aún se conserva con el mobiliario de aquella época y que hoy lleva su nombre, lo que solía decir habitualmente para introducir sus lecciones: «Dicebamus hesterna die». Y Sánchez lo recordó en la autobiografía que acaba de publicar, aunque atribuyéndoselo al poeta de Fontiveros cuyos restos reposan en el convento segoviano de los Carmelitas Descalzos. Un error, sin duda, fruto de su deficiente formación, pero también un acierto conceptual, pues si Fray Luis lo decía para refrescar el conocimiento precedente impartido a sus alumnos, Sánchez lo evocó para reafirmar la política que había conducido a su previa defenestración.
Esa política es la misma que hemos conocido a lo largo de los últimos nueve meses, la que le hizo triunfar en la moción de censura contra Mariano Rajoy, la que ha fracasado estrepitosamente al no poder arbitrar el apoyo a su proyecto de presupuestos y le ha obligado a convocar unas nuevas elecciones generales. Una política con la que Sánchez reforzó la deriva reaccionaria del partido socialista –cuyas raíces hay que buscarlas tiempo atrás en su incapacidad para resolver con solvencia la crisis ideológica hacia la que se deslizó tras el liderazgo de Felipe González– al admitir sin el menor reparo la confluencia con lo más retrógrado de la política española, con el nacionalismo periférico, catalán y vasco, que ha sustituido el fundamento ilustrado de la nación de ciudadanos por el principio romántico del pueblo formado por los que comparten una identidad lingüística. Es esa sustitución de los ciudadanos libres e iguales, por los habitantes diferenciados unos de otros, la que llevó a Sánchez a considerar legítima una negociación –también denominada diálogo– con ambos nacionalismos –en un caso para explorar sus pretensiones de independencia y en el otro para extender sus competencias autonómicas hasta el límite de la extinción del Estado– que ponía en cuestión la esencia constitucional de la democracia en España y, con ella, su integridad territorial. Es cierto que, en el instante decisivo, se echó para atrás, envolviendo su derrota en un pretencioso lenguaje centrista y apelando a la moderación. Son sólo cantos de sirena que tal vez hechicen a sus votantes y nos conduzcan a todos hacia la catástrofe.
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