Opinión
La cuestión religiosa
En España no se ha disipado del todo la imagen de que la mitad de los españoles va delante de los curas en la procesión con velas encendidas y la otra mitad, detrás con garrotes en las manos. En momentos de crisis política y de desconcierto moral, resurge siempre entre nosotros, como motivo de confrontación, la cuestión religiosa. Me temo que es lo que está pasando ahora, aunque no se manifieste a las claras. Vuelve a ser, como en tiempos de la República, uno de los componentes esenciales de lo que se llamó las «dos Españas». Entonces resultaron irreconciliables y acabaron enfrentadas a muerte. Ahora, las circunstancias son distintas, pero nadie puede negar que el clima político, en el que se dibujan esta primavera electoral dos bloques enfrentados y bien definidos, es desalentador.
El presidente Sánchez ha ido este fin de semana a visitar las tumbas de Manuel Azaña y Antonio Machado en el sur de Francia y a rendir homenaje a los exiliados republicanos empujados por la guerra a abandonar España. Nada más justo. Un viaje, por lo demás, electoralmente oportuno. Machado fue el que advirtió de que una de las dos Españas nos helaría el corazón. Y Azaña proclamó en el Congreso el 13 de octubre de 1931 que España había dejado de ser católica. Por si acaso, para que no resurgiera el catolicismo, que había perdido entonces, como ahora, la batalla cultural, la República se encargó de emprender la mayor persecución religiosa registrada contra los católicos en el siglo XX. El 18 de julio de 1938, desde el ayuntamiento de Barcelona, un Azaña conturbado y fracasado, pronunció aquellas tres palabras admirables, pero con mucho retraso: «Paz, piedad, perdón». La izquierda española aún no ha pedido perdón por aquellos crímenes contra la humanidad.
Durante la transición política, cuyo afán de reconciliación no tiene nada que ver, como quiere Sánchez, con el sentido dominante, nada conciliador, en la llegada de la República, la Iglesia española, de la mano del cardenal Tarancón, procuró evitar que la cuestión religiosa volviera a ser nunca más motivo de confrontación política entre los españoles. Por eso se negó, con el respaldo del nuncio Dadaglio y del papa Pablo VI, a apoyar el surgimiento de una poderosa fuerza democristiana. Ahora, ante el avance del laicismo y la ideología de género, además del intento de liquidar o pervertir las manifestaciones tradicionales católicas y de meter a la Iglesia en la sacristía, ha surgido una inquietante fuerza política, con vigoroso ánimo de reconquista, que se funda en los valores del catolicismo tradicional y que alienta abiertamente la confrontación. Entre unos y otros, estamos volviendo a las andadas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar