Opinión

Cataluña mágica

Fue hermoso comprobar que la ex vicepresidenta de gobierno, que estudió en el mismo instituto de bachillerato que éste su estupefacto escriba, y a la que le tiene ley gente a la que valoro, declaró la pasada semana sabiendo que había fichado por un despacho de abogados catalán de altísimo nivel. Uno que le garantiza un sueldo poderoso, pero que provoca inevitables neurastenias respecto a su testimonio. En especial si reparamos en que hubo que esperar que llegara el entonces secretario de Seguridad, y por supuesto los mandos de la Guardia Civil –hay un sitio en los libros de historia para el coronel Diego Pérez de los Cobos, la nación agradecida por su rigor, profesionalidad, deber y, sobre todo, memoria–, la Policía Nacional y, ay, los Mossos –existe otro lugar para Manel Castellví, y mejor que no sea el que le desean estos días las centrales mediáticas más tarascas del independentismo– para escuchar, decíamos, algo más que educadísimas vaguedades. Cuando no insufribles buñuelerías épicas escritas por un mal aspirante a guionista de melodramas ambientados en la antigua Roma. Con los esclavos en pie desgañitados en plan «Yo soy Espartaco» mientras el puntilloso de Kubrick traga tierra y quina ante la enésima revisión fake de su legado. Hablando de Castellví: todo Madrid comentaba que el policía fue visto en el AVE, este fin de semana, charlando animado y jovial con un abogado de las defensas. Lo contaba el periodista Xavier Vidal-Folch en un artículo en «El País». Una pieza dinamita, una pieza bomba, de las telefonear a los artificieros mientras planchas el suelo, por lo que tiene de inquietante y los interrogantes que descorcha. ¿Es posible que alguien, un letrado, sea capaz de jugarse lo que se juega contraviniendo los principios más elementales del fair-play judicial? Quién sabe. Pero en fin. Delante de sus señorías todo lo dicho, incluso lo que balbuceas y escupes, luce ametrallado en mármol. Por mucho que los abogados de la parte contraria aspiren a rebajar el alcohol de una declaración realizada con todas las garantías ante el fiscal, no queda otra que masticar el guantazo, sobreponerse a los costes, urdir nuevas líneas de defensas, rezar para que los próximos testigos sean menos letales y tratar de asaltar la montaña por otra cara.

¿Dije la cara? ¿La jeta, el rostro, la faz, el visaje, la caradura? Qué tal si escribimos de los comerciales, los informáticos, los diseñadores gráficos, los publicistas, los negociantes, mercachifles y mercaderes que recibían y todavía reciben dinero en contratos de la Generalidad y que trabajaron en la inmensa maquinaria de propaganda previa al intento de referéndum del 1 de octubre. Hablo de tipos que no recuerdan nada. De facturas que se volatilizan en el aire. De unas glorioso facturar en negativo que no sé por qué pero me recuerda a la indemnización en diferido más famosa que vieron los tiempos. Me refiero a un bisbisear continuo.

Aun imprimir papeles que ni siquiera has visto. A un dibujar a toda mecha webs y retocar carteles e ilustrar anuncios sin considerar si lo que tienes delante es una vía de ferrocarril o un ornitorrinco, una urna blanca como la nieve de enero o qué. Ayer disfrutamos de varios testimonios en esa onda. Reafirma la sensación de que todo fue tan jabonoso como un iridiscente espejismo. Por mucho que al fondo a mano izquierda esperase la tierra prometida. O en su defecto futuros contratos a cobrar mañana. Cataluña. Tierra de promisión del simbolism. Tierra mágica. Tierra de cuentas espectrales y las proclamaciones figuradas. De alegoría en alegoría hasta la victoria. O hasta que rebose y pote la cuenta corriente.