Opinión

Vigilancia y traición

Parece que en Cataluña todos, del diputado al botones, del guardia al ujier, hacían tareas de vigilancia y contravigilancia. Los funcionarios de la Guardia Civil controlaban la nave con las papelas. Diez millones de papeletas y sobres para el referéndum proscrito. De allí, del edificio de Unipost, salía y entraba cualquiera. Varios diputados. Entre otros «el señor Sutrias [ Francesc Sutrias i Grau, director de Patrimonio]», una técnico de la Dirección General de Servicios de Vicepresidencia y, uy, «el actual presidente de la Generalitat, Quim Torra». Parece que el hombre que escucha y desoye al síndico de la Generalitat con 5 días de retraso e ignora flamencazo los requerimientos de la Junta Electoral Central, el diarista pelma al que no leería ni dios de no mediar la enajenación colectiva del golpe posmoderno, aka Torra(nte) de Blanes, fue visto mientras sacaba cajas con papeletas. Las mismas que finalmente la Benemérita incauta el 20 de septiembre de 2017. Pocos minutos más tarde ya había activistas a las puertas del edificio. En la actitud prototípica del embolado que nos ocupa. O sea, seráficamente dispuestos a preservar la convivencia y la paz social. Pero sobre todo urgidos por mandato tribal a intimidar a la policía, reventar su trabajo, chulear con apasionada efervescencia las disposiciones de los jueces y ayudar, un beso y una flor, a que España, siglo XXI, triunfase contra la democracia una rebelón de pijos, peludos neocarlistas de Tractoria y revolucionarios cinco tenedores con casa y hacienda en Sarrià-Sant Gervasi. La Abogada del Estado, la mujer que más y mejor enerva al por otro lado imperturbable juez Marchena –con la excepción del formidable meneo dialéctico que le pegó a una de las abogadas de la defensa– preguntaba al agente cómo podía explicarse que aquella gente supiera del registro. ¿Hubo chivatazo? Algo evidente en unos momentos en los que la policía autonómica catalana parecía funcionar al dictado del poder político y en presunta sublevación frente lo dispuesto por la autoridad judicial. Vean sino a esa pareja de Mossos, binomio dinámico, binomio biodinámico con bídifidus activos, que llega por todo refuerzo de antidisturbios, después de que los guardias civiles acumularan 3 horas sitiados, y resuelve el lío en cinco minutos. «Entablan con él [con el muchacho que teóricamente lideraba la protesta] una conversación y me transmiten que este joven se levanta y dice: «Ya está, hemos cumplido, no vamos a darles imágenes de violencia con los Mossos, que es lo que buscan». Así y todo los manifestantes seguían siendo «totalmente hostiles, lanzan latas y botellas llenas. Nos estamos llevando sus papeletas para el referéndum». E igual que la Guardia Civil vigilaba parece que también lo hacían los Mossos. Con la maravillosa particularidad de que habrían espiado a los policías, escudos, y guardias civiles, o banderines en la juerga de la supuesta policía política. Lo detallaba otro de los investigadores, el hombre que analizaba las charlas de los policías autonómicos con sus mandos durante el 1 de octubre. Recibieron «órdenes para que fuésemos vigilados ese día y saber cuáles eran nuestros movimientos». Así, «en cuanto había un movimiento nuestro, tenían orden de dar cuál era la dirección que tomábamos». Hasta el punto de que los Mossos habrían seguido a patrullas y convoyes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado para comprobar quienes eran e incluso habría fotografiado sus vehículos. «En cuanto alertaban de que un convoy nuestro se acercaba [a los colegios donde tenía lugar el aquelarre del la consulta ilegal del 1-O], automáticamente la instrucción que se daba desde la sala era que se apartaran de ahí y que en ningún momento se viera ninguna imagen en la que hubiera Guardia Civil o Policía Nacional actuando y que se viera a los Mossos D' Esquadra que estuvieran participando en esa acción». Buen momento para hilar con las declaraciones previas de los mandos de la Guardia Civil y sus colegas de los Mossos. El vigilante vigilado de forma fraudulenta mientras los negociadores civiles ponían paz entre sus propias hordas.