
Letras líquidas
Pena de muerte y por qué
La teocracia iraní acaba de ratificar la pena de muerte a tres valientes defensoras de los derechos humanos: Varisheh, Pakhshan y Sharifeh. A la espera de un milagro que impida el terrible desenlace, todos deberíamos preguntarnos al menos, como hacía esa Satrapi niña, por qué
«En 1979 estalló una revolución que más tarde se llamó «La Revolución Islámica». Después llegó 1980: el primer año en el que era obligatorio llevar pañuelo en la escuela. No nos gustaba mucho llevar el pañuelo, sobre todo sin saber por qué». Con esta lucidez, que se finge infantil, arranca Persépolis, la obra autobiográfica de Marjane Satrapi en la que relata los cambios políticos experimentados en Irán durante su niñez hasta el choque personal de su llegada a Europa años más tarde. Primero novela gráfica, después película de animación, la historia de Satrapi ha universalizado la involución iraní de las últimas décadas y, especialmente, la sistemática discriminación que sufren las mujeres en un régimen teocrático que las arrincona, cuando no invisibiliza. Mucho se ha hablado y escrito sobre el retroceso cultural, social e igualitario que supuso la llegada de los ayatolás a la antigua Persia: cuesta asimilar que las imágenes modernas de mujeres iraníes, con aire setentero, grandes gafas de sol, pantalones de campana y melenas a lo «Ángeles de Charlie» dieran paso a otras en las que quedaban reducidas a sombras negras veladas y obligadas a uniformizarse y perder su identidad. Sin embargo, como a tantas otras injusticias, la comunidad internacional se ha acostumbrado. Nos hemos acostumbrado. Con picos de indignación y solidaridad. Como la corriente de rabia y frustración que recorrió Occidente tras la muerte de la joven Mahsa Amini en 2022 cuando estaba bajo la custodia de esa «policía de la moral» que ajusta cuentas con quienes osan incumplir su norma del velo imperativo. Ese trozo de tela convertido en símbolo de la represión y la dureza del régimen. Naciones Unidas acaba de denunciar que las autoridades aprovechan la tecnología para vigilar aún más el uso del hiyab, aunque haya amagos legislativos de suspender su obligatoriedad en público. La persecución usa toda la fuerza del aparato del Estado. Y en ese endurecimiento la pena de muerte se erige como otro instrumento de terror.
La ONU alertó a principios de este año del incremento en el número de ejecuciones en 2024: al menos 901 personas fueron asesinadas. Y superaron a las 853 de 2023. Aunque la mayor parte se debieron a delitos relacionados con las drogas, también recibieron la condena capital algunos detenidos durante las protestas de 2022 por la muerte de Amini. Y los organismos internacionales detectan, además, un crecimiento de mujeres ejecutadas. Me avisa Antonio Navarro, los ojos de este periódico en el mundo árabe, que la teocracia iraní acaba de ratificar la pena de muerte a tres valientes defensoras de los derechos humanos: Varisheh, Pakhshan y Sharifeh. A la espera de un milagro que impida el terrible desenlace, todos deberíamos preguntarnos al menos, como hacía esa Satrapi niña, por qué.
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