Opinión

Portugal, ¿víctima de su éxito turístico?

El boom del turismo crear empleos precarios y fomenta la especulación descontrolada en el país vecino.

Durante los primeros cinco años de ésta década hablar de Portugal era hablar de una tragedia. El colapso de la economía lusa en 2011 requirió un rescate de la Troika, que durante tres años impuso un programa de durísimos recortes. Cientos de miles de portugueses perdieron sus trabajos y emigraron; quienes se quedaron intentaban sobrevivir la austeridad prolongada con sueldos miserables. La economía estaba estancada, los servicios públicos recortados, la deuda y el déficit disparados. La tierra de Camões parecía relegada al olvido, geográficamente aislada en una esquina del continente europeo.

En ésta segunda mitad de la década, sin embargo, la fortuna les ha sonreído: de pronto, Portugal está de moda. Millones de turistas acuden a tierras lusas para disfrutar del sol, las playas y ciudades como Lisboa y Oporto, que se han convertido en los destinos más hip del planeta.

Con el primer ministro socialista António Costa –que gobierna en minoría desde finales de 2015– y el ministro de Finanzas, Mário Centeno, la economía lusa encadena subidas, mientras que el déficit público ha caído a los límites más bajos de su historia democrática. Las cuentas están saneadas, el rescate está parcialmente saldado, y las mismas agencias de rating que calificaron la deuda pública como ‘bono basura’ ahora dan el visto bueno a su adquisición.

A pie de calle, en los últimos años los ciudadanos lusos han recuperado las partes de sus pensiones, y se han restaurado los salarios de los funcionarios públicos; se ha cancelado la privatización de los transportes públicos y han sido reestablecidos cuatro días festivos suprimidos durante los peores años de la crisis. Entretanto, el paro ha caído del 12 al 6% en tres años. Dada todas las buenas noticias, no sorprende que muchos medios internacionales hablen del “milagro portugués”.

Sin embargo, la realidad es bastante menos ideal, pues la locomotora lusa tiene un motor económico poco estable: el turismo. El sector ha creado empleo, pero ha contribuido al estancamiento de la productividad y fomentado la creación de una burbuja inmobiliaria. A la larga, Portugal podría encontrarse en peor situación que la que vivió hace cinco años, con sus ciudadanos sufriendo las consecuencias del éxito del país.

Un boom sin precedentes

La Primavera Árabe y los atentados terroristas registrados en distintas partes de Europa a mediados de esta década convirtieron a Portugal en un destino ideal para los turistas de medio mundo. A partir de 2015 comenzaron a acudir en masa al país, que ya no era considerado un sitio atrasado lleno de vendedores de toallas, sino una tierra exótica pero segura, donde se podría disfrutar del buen tiempo, los bajos precios, y un ambiente en partes iguales costumbrista y vanguardista.

De los seis millones de extranjeros acogidos en 2010, Portugal pasó a recibir más de 11 millones –un millón más que su población– en 2015; desde entonces, más de 50 millones de turistas se han ido de vacaciones en Portugal. Este tsunami humano ha hecho que se disparen los beneficios del sector, que han aumentado en seis mil millones de euros desde 2014, consolidando al turismo como el nuevo motor de la economía lusa, representando el 13,7% del PIB el año pasado. Y con los extranjeros han llegado los trabajos: de los 700.000 puestos destruidos por la crisis, ya se han recuperado unos 450.000 empleos, la mitad de los cuales pertenecen al sector.

Sin embargo, los economistas se muestran cada vez más preocupados con la calidad de los empleos creados. Datos recopilados por el Observatorio de Crisis y Alternativas del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra demuestran que más de la mitad de los contratos que se han firmado en el país vecino desde finales de 2013 son a tiempo parcial, temporales, o de obra.

Diogo Martins, investigador del Observatorio, señala que además de ser precarios, estos trabajos están mal renumerados. “Se han recuperado puestos de empleo, pero los sueldos del sector de turismo se caracterizan por ser bajos. Al menos el 36% de estos puestos son remunerados con el salario mínimo interprofesional –actualmente de 600 mensuales– y se sabe que en algunos casos el sueldo real es incluso menor que esta cantidad”.

Martins explica que, al aglutinar casi el 10% de los trabajadores lusos, el sector está normalizando un entorno laboral de salarios reducidos, muy inferiores a los registrados en antes de la crisis, y a años luz de los que existían a principios de siglo en el país vecino. También señala que los puestos de trabajo creados –“que son muy intensos, pero que producen poco”– tienen un impacto negativo sobre la productividad media de Portugal, que el año pasado reculó en un – 0,2%. El investigador sostiene que el aumento del peso del sector del turismo es preocupante, pues implica una economía que depende cada vez más en una demanda externa que podría resultar inestable.

Fiebre especulativa

Otra consecuencia del boom del turismo es que el mercado inmobiliario está dominado por los extranjeros. Las nuevas construcciones son de lujo, ideadas para compradores adinerados que han seguido los pasos de celebrities como Madonna y Michael Fassbender y optado por comprar segundas residencias en Portugal. Las rehabilitaciones, en cambio, tienen como objetivo la reconversión de propiedades unifamiliares en apartamentos turísticos. Dispuestos a pagar más por ocupar estos espacios, los turistas han desatado una fiebre especulativa que, según las estadísticas recopiladas por la consultora Confidencial Imobiliário, ha hecho que el precio de las casas en Portugal haya subido un 46% en los últimos cinco años.

“Es una burbuja”, lamenta

António Frias Marques, presidente de la Asociación Nacional de Propietarios de

Portugal. “Nos encontramos con un escenario en que la media salarial de los

lusos es inferior a los mil euros por mes, pero el precio del alquiler de las

casas supera esa cantidad. Los precios están orientados a extranjeros con un

poder de compra mucho mayor al de los residentes locales. ¿Quién va a firmar un

contrato de arrendamiento con una familia portuguesa por 700 euros pudiendo

alquilar el mismo espacio a un turista por 100 euros la noche?”.

En los últimos cinco años miles de portugueses se han visto desahuciados por propietarios que optan por redestinar sus hogares para fines turísticos. Perversamente, los ciudadanos que más se están viendo afectados por la situación son los que pertenecen a las clases media-baja, la que más se ha beneficiado de los nuevos puestos de empleo creados por el boom del turismo.

 “Los barrios están perdiendo la identidad vecinal que les hacía especial por culpa de estos intermediarios sin escrúpulos, dispuestos a hacer cualquier cosa para adquirir propiedades y venderlas poco después por el doble del precio”, lamenta Frias Marques. “Estamos desamparados. Las autoridades no están interesadas en frenar la situación porque les viene bien: los ayuntamientos se forran cobrando impuestos sobre las obras realizadas, y el Estado se enriquece tasando las transacciones”.

¿Colapso a la vista?

João Duque, profesor catedrático de Economía y presidente del Instituto Superior de Economía y Gestión (ISEG) de Lisboa, afirma que es difícil anticipar las consecuencias de la situación que vive Portugal. “El problema de las burbujas es que sólo se sabe que existen cuando estallan. Lo que las caracteriza es la especulación, la subida anormal del precio del activo, el frenesí que se nota entre quienes lo adquieren, y el desplome repentino de los precios cuando acaba la fiesta”.

“En el ámbito del

turismo, está claro que es imposible mantener el ritmo de crecimiento que Portugal

ha vivido estos últimos años, los cuales han contribuido a situaciones locas”.

Duque cita el caso de la Quinta da Regaleira –una especie de laberinto

ajardinado en Sintra–, que ha pasado de tener 20.000 visitantes anuales a

registrar más de un millón de visitas el año pasado. “Esa escalada es absurda,

e insostenible a nivel práctico, porque no tenemos capacidad para ello: hay un

límite máximo de personas que puedes meter en una determinada ciudad, y a quién

le interesa acudir a un sitio para estar en la cola durante dos horas, para

luego pagar precios inflados”.

La clave es que el turismo no domine nuestra economía, y que su peso se reduzca paulatinamente a un ritmo racional. Tendremos un serio problema si, por el contrario, cae la demanda al mismo ritmo que se produjo la escalada de interés extranjero en nuestro país”, analiza.

El economista confía que la reducción de la demanda turística solucione el dilema inmobiliario también. “Están abriendo gran número de hoteles en Portugal, y si simultáneamente se reduce el número de visitantes, presumiblemente tendrán sitios suficientes para hospedarse sin tener que recurrir a los pisos turísticos”.

“Si el Gobierno gestiona el asunto bien e impone las tasas necesarias sobre este tipo de estancia, es probable que muchos arrendatarios terminen por concluir que les sale más rentable volver a alquilar a portugueses por mes, que a extranjeros por noche”, asegura.

Y recalca: “No se recuperarán a los residentes históricos de los barrios afectados, pero es parte de la naturaleza de las ciudades evolucionar y cambiar con el paso de los años. El boom del turismo es parte de ese proceso”.