Opinión
De macho alfa a cabestro
Como me tome la molestia de pulsar sobre el terreno en una tarde de sabado espléndida y además sin jornada liguera de fútbol, tanto los decibelios como el nivel de entusiasmo más allá de las cabezas contantes en el acto podemita del «regreso de Pablo», no albergo ya ninguna duda a propósito de un galopante estado de desánimo y melancolía trufado de decepción reflejado en lo que, en otro tiempo hubiera sido un espectáculo de masas como solo la izquierda sabe organizar pero que ahora se quedó en una madrileña plaza del reina Sofía lejos de abarrotarse, con un muy localizado número de gargantas gritando el «si se puede» y con una concurrencia que por la tangente acababa confundiendose con el paisaje entre algún turista despistado, manteros y viajeros arrastrando la trolley desde la estación de Atocha.
Pero lo que realmente evidenció este acto de supuesto desentumecimiento muscular del líder para afrontar con todas las energías la corta carrera hacia el «28-A» y escuchados sus argumentos ante los parroquianos presentes micrófono en mano fue un síntoma de desgana, casi rayando en lo cansino, propio del guía turístico que regresa para dirigirse a la siguiente hornada de turistas. Salvada la reaparición del discurso anti sistema de carril y del ataque a los poderosos tratando de recuperar un espíritu del «15-M» que en las manos de Iglesias parece una momificada cabeza reducida, ni se escucharon propuestas mínimamente novedosas, ni imaginativas, ni ilusionantes. La sustancia real mostró, de un lado en el acto de contrición en voz alta «hemos dado vergüenza ajena con nuestras disputas internas» la obsesión de Iglesias por colegiar con la «masa» unos errores que solo le corresponden a el –en ningún momento utilizó la primera persona– y de otro, el reconocimiento de que, llegados a este punto del guión, el papel de Podemos, aún siendo probablemente clave en el futuro panorama político, queda acotado a la función de muleta del PSOE, olvidado ya cualquier pasado atisbo de «sorpasso».
La dirección de Podemos sabe que su líder está amortizado, que sus «mareas» y franquicias territoriales les han abandonado y que hasta la Izquierda Unida que un día abjuró de su esencia para entregarse a la religión morada, ahora mira con el recelo de quien pretende recuperar parte de los ahorros tras una pésima inversión. Les queda un «Vistalegre III» tras los procesos electorales y un previsible cambio de timonel sentando a una mujer –tal vez en una operación a la «argentina»– frente a los mandos de control. Eso es todo. Iglesias, convencido en su infinito egocentrismo de que nadie osaría cuestionarle tuvo en el asunto del chalet de Galapagar su particular «boda de El Escorial», ese punto de inflexión que a veces marca a los incontestados líderes un cambio radical en la aguja de su brújula.
Ahora la aspiración real es bastante más prosaica. Garantizar un grupo parlamentario mínimamente visible y tal vez un papel relevante puede que en el gobierno si Sánchez continúa en la Moncloa. Todo muy en el sistema. Hay que pagar guarderías e hipoteca. Por eso, los bravos ya no corren tras su «macho alfa», sino al albur del cencerro de un amansado cabestro.
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