Opinión
La joven agricultura Keniana: una revolución contra la corrupción y el hambre
Marzo de 2019. Más de 4.700 personas de todo
el mundo se reúnen en la sede de la ONU, en Nairobi, donde se celebra la Cumbre
de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente. El cambio climático,
la inseguridad alimentaria o las posibles soluciones a los desafíos
medioambientales son temas centrales. Se ofrecen soluciones para prevenir las
crisis humanitarias. Se debate la pobreza en términos teóricos.
A trescientos kilómetros de la capital de Kenia, en Baringo, diecisiete personas mueren de hambre. Casi un millón de kenianos sufren las consecuencias de la sequía que asola a trece provincias del país del este de África. Un millón de afectados ajenos a las teorías de prevención, cálculos y discursos optimistas de los expertos, que colocan al país en un punto que roza el optimismo macroeconómico.
Mientras los políticos kenianos posan para la foto junto a líderes mundiales, un grupo de agricultores reparte sacos de cereales que han conseguido reunir para tratar de aliviar la crisis humanitaria de las zonas afectadas.
"La batalla contra el hambre se libra en el campo", asegura Mary Wambui, una joven agricultora keniana. "Hay madres que están alimentando a sus bebés a base de té porque tienen el pecho seco. Padres que ven cómo sus hijos lloran de hambre por la noche, y no hay nada que puedan hacer más que rezar", añade.
El cuerpo político de Kenia ha vuelto a dejar la estrategia de prevención temprana frente al hambre olvidada en un despacho. Mientras tanto, los jóvenes agricultores alzan la voz: "Las soluciones no pueden quedarse atrapadas en una sala de conferencias en las que se repite una y otra vez que se nos acaba el tiempo; necesitamos conocimiento y acción. Para conocer el hambre hay que tocar la tierra", afirma Mary.
La revolución agrícola contra el hambre
La seguridad alimentaria, de lograrse, sería gracias a la transformación agrícola que la juventud rural está promoviendo al apostar por el campo como base de su carrera profesional.
Cerca del 70% de los kenianos dependen de la agricultura, sin embargo tradicionalmente es una profesión asociada a la pobreza y a la carencia de educación, tendencia que está cambiado en los últimos años.
Mary recuerda a su madre trabajar la tierra cargando a su hermana pequeña a la espalda. Recuerda que solía celebrar sus buenas notas diciéndole: serás médico o profesora y cambiarás el mundo. Recuerda que le dio los ahorros de una vida para que pudiera estudiar en la ciudad. Mary consiguió su anhelado trabajo de traje y chaqueta. Firmó cheques. Tomó decisiones. Se sintió poderosa. No obstante, cada vez que visitaba su aldea, era consciente de la precariedad que rodeaba a los negocios de sus familiares y amigos. ¿De qué servía crear teorías contra la pobreza si no llegaban a ponerse en práctica? Cuando la madre de Mary la vio regresar al poblado pensó que había fracasado.
"Para cambiar el mundo hay que cambiar el modo de cultivo", -le explicó la chica. "En la ciudad no puedo hacerlo, ahí sólo hay asfalto".
Según los datos de la Oficina Nacional de Estadística de Kenia (KNBS), en 2017 se perdieron 1.9 millones de toneladas de alimentos; cerca de 150 billones de Chelines Kenianos (Ksh). Las pérdidas se debieron a la falta de condiciones adecuadas de almacenamiento y transporte del producto.
Mary empezó a implementar nuevas técnicas y estrategias, creó grupos de trabajo con el objetivo de planificar la producción de manera más eficiente. Sustituyó el cultivo del maíz por el sorgo, un cereal autóctono resistente a la sequía, rico desde el punto de vista nutricional y fácil de cultivar. Esclarecieron en común qué prácticas garantizarían los estándares de calidad, técnicas de empaquetado, así como la reducción de costes y pérdidas después de la cosecha.
Las ganancias individuales se duplicaron en dos años, lo que repercutió positivamente en la economía local: Más jóvenes tuvieron acceso a estudios superiores, se crearon nuevos empleos relacionados con la agricultura, facilitando así el acceso a maquinaria de calidad respetuosa con la tierra.
Mary fue la primera agricultora, educada en la ciencia, que hizo del campo su laboratorio en la pequeña aldea de Murang’a. Reivindicó la agricultura como resistencia política y estrategia de paz. Demostró que el cambio de modelo agrícola no es sólo beneficioso para el medio ambiente, sino que remodela la sociedad y repercute positivamente en la calidad de vida.
Redes sociales y Agricultura
Otra iniciativa exitosa tiene lugar en las redes sociales; jóvenes que trabajan por y para la agricultura desde el mundo digital. En Facebook se pueden encontrar numerosos foros de agricultores kenianos en los que los usuarios comparten historias, ayudan a resolver dudas, piden consejo o discuten los precios de los productos.
"No se puede concebir la agricultura moderna sin comunicación y ciencia", explica Ephantus Kibe, joven agricultor y director de la asociación Affluents Farmers. Su asociación reivindica el derecho de los trabajadores al acceso de información fidedigna sobre los valores del mercado y nuevas técnicas. "El primer paso hacia una agricultura sostenible es garantizar una producción justa", explica: "Un trabajador sin información sobre el precio real al que se vende el producto cultivado es vulnerable de ser víctima de explotación".
La agricultura joven consiste en equilibrar el ámbito económico, medioambiental y social, entendiendo que la producción ha de basarse en elecciones responsables. La educación es vital; las redes sociales y las aplicaciones son una plataforma magnífica para convencer a los agricultores de que su trabajo tiene el poder de ser una acción directa contra las amenazas medioambientales, y por ende contra los conflictos y crisis humanitarias que derivan de las mismas.
Para Bhavik Suresh Maisuria, agricultor y director de Vegpro, las plataformas digitales ofrecen la libertad de elegir. La ignorancia deja de ser una excusa para justificar las malas gestiones, el uso de químicos contaminantes o técnicas perjudiciales con el ecosistema. "La agricultura pasa a ser un conocimiento compartido que repercute en toda la sociedad", afirma.
La cosmovisión de la agricultura joven keniana forma parte de un mecanismo honesto y valiente. Sin embargo, desde las asociaciones se reconoce que no tienen por delante una labor sencilla. No luchan contra fenómenos naturales aislados, sino contra el utilitarismo del hambre por parte de un sistema político y económico sumido en la corrupción. "Si bien, nuestros políticos son conscientes de que el tiempo se nos agota y que contamos con recursos limitados, siguen sumiendo nuestro sistema de producción en el presentismo consumista que opta por ignorar la evidencia y se da al exceso capitalista", denuncia Mary.
Abriendo camino
Es capital, para trabajar sobre premisas
realistas, reconocer la importancia del compromiso con las autoridades relevantes.
En este sentido, la tecnología y los medios de comunicación son vitales para
que los líderes reconozcan que sus decisiones recaen sobre personas y no sobre
masas, que el éxito macroeconómico no es tal si la microeconomía consiste en
personas que se mueren de hambre.
Para tal fin, es necesario abrir debates técnicos y científicos sin perder de vista que el objetivo reside en la acción. Es vital apoyar a las asociaciones especializadas desde el sector público y el privado. Es imprescindible revertir la tendencia imperante: invertir en vez de importar.
Es posible alcanzar la estabilidad económica gracias a la agricultura, pero para ello se ha de ganar la batalla contra el sistema corrupto que encuentra beneficios en la dependencia de la ayuda internacional.
Por último, el cuerpo político de Kenia necesita de los jóvenes agricultores; pues ellos son la cabeza y las manos de un país en pleno crecimiento, con un potencial tremendo de poner fin a la pobreza para 2030.
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