Opinión
El voto de la «otra España»
Como en aquellos viejos fotomatones, el CIS de José Félix Tezanos ha «escupido» la instantánea de lo que, presuntamente, será la noche del 28 de abril. Pero solamente es eso, una controvertida imagen congelada del momento actual, a diecisiete días todavía de la gran cita con las urnas. Al margen de las reservas a las que obliga la trayectoria del gurú demoscópico de Pedro Sánchez y su inédito y discutible salto desde Ferraz hasta un despacho de la Vicepresidencia del Gobierno –donde se ubica el centro sociológico oficial–, existe otro matiz de esa fotografía que obliga a la prudencia y a la reflexión. Tezanos reconoce, después de que sus encuestadores se hayan «pateado» España entera de norte a sur y de este a oeste, y de preguntar a más de 16.000 conciudadanos, que casi la mitad de los electores aún no ha decidido a qué partido votará cuando se acerquen, caso de acercarse, a los colegios electorales. Y es en este inmenso vacío, en esa «otra España» que no milita fielmente en unas determinadas siglas y que medita su decisión en función de candidatos, programas y sensaciones de última hora, donde está en realidad el verdadero resultado de las próximas generales.
La oferta política está más disgregada que nunca en nuestra historia reciente. PSOE y Podemos disputan el «caladero» de la izquierda. Pero en algunas regiones se suman a ellos las Mareas, Actúa, Equo, Bildu, Compromís, ERC, Pacma y puñados de siglas más. En la derecha, el espectro es aún más amplio. Con garantías de estar en el Congreso de los Diputados concurren el PP, Ciudadanos, Vox, PNV, UPN, Coalición Canaria o Foro Asturias, por citar algunas formaciones del centro derecha.
También se ha desestructurado el mapa electoral como jamás antes. Por zonas: las grandes capitales, las ciudades medianas o la llamada España rural. Y por edades: los nuevos electores, el votante de hasta 45 o 50 años y la franja restante y pensionistas. Y muchos de estos españoles, así lo señalan todos los sondeos, son los que aún no han decidido la papeleta que introducirán en la urna el 28-A. De hecho, si en algo coinciden los expertos es en que cada vez son más los votantes que esperan a última hora para decidirse, no tanto en el eje derecha-izquierda, sino entre las variadas ofertas que ofrece cada uno de los bloques.
De ahí la importancia que todos los candidatos van a conceder a la campaña que empieza. No ya a los anquilosados mítines –un formato para animar a militantes cuyo voto ya está más que fidelizado–, sino más bien en las nuevas tecnologías, las redes sociales y la llamada democracia mediática.
Los debates que las principales cadenas fijen, la presencia de los líderes en los programas de televisión y radio más desenfadados y alejados de la política pura y dura, las posibles «pifias» que algunos de ellos puedan cometer serán determinantes para inclinar las preferencias de ese 42% por ciento de indecisos. La oferta, sin duda, se ha ampliado, y una nueva generación de españoles es cada vez más exigente y cada vez menos fiel a las siglas partidistas. Premia simpatías, liderazgos, emociones. Castiga excesos y rechaza la temeridad.
Son los españoles que no le han contestado a Tezanos. Aquellos sobre los que los partidos tienen más dificultades de «pegada». Pero justo es en esa «otra España» donde se esconde el desenlace que nadie se atreve a atisbar. Porque muchos españoles, callados, sólo hablarán el próximo 28-A. Y ya veremos la sorpresa que reservan.
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