Opinión

De camisa vieja a chaqueta nueva

En la transición se hicieron muy populares los libros de Fernando Vizcaíno Casas, que decía en novelas chistosas lo que nadie decía en público. Por ejemplo, que las autonomías eran cosa de intereses económicos privados. O que muchas familias franquistas «de toda la vida» estaban chaqueteando de camisa azul a indumentaria democrática a toda velocidad. Buena parte de la burguesía catalana, por ejemplo, recibió de Franco sus propiedades e industrias tras las confiscaciones de la República y la guerra. Por eso, cada vez que el dictador pisaba Barcelona, lo recibían con vítores. Después de 1975, esas mismas familias dieron los políticos, periodistas y escritores más progres. En el resto de la geografía nacional, también pasó. Manuel Chaves, presidente de la Junta de Andalucía durante siglos, era hijo del coronel de infantería franquista Antonio Chaves Plá. Nació en Ceuta y se formó con los claretianos y salesianos. Algunos de los nuevos políticos eran las «ovejas negras» de aquellas familias, otros protagonizaron personalmente un cambio, como Suárez, Fraga o Carrillo. Los flexibles tienen más posibilidades de ganar en la esfera pública que los rígidos. Renovarse o morir.

¿Es malo cambiar de ideas o revela madurez? Supongo que depende de la sinceridad. Mikel Azurmendi dejó ETA; Pío Moa abandonó el Grapo. Son dos evoluciones esperanzadoras. La diferencia de los cambios de ayer a los de hoy es que actualmente no requieren gran traslación ideológica. Ángel Garrido, por ejemplo, ha pasado de candidato del PP a Ciudadanos, pero las ideas de Cristina Cifuentes, que le caracterizan, podrían muy bien haber sido las de Rivera. Y que Santiago Abascal encabece Vox no es sino un desgajamiento del ala más conservadora del Partido Popular. Los partidos están muy cerca unos de otros (en definitiva, salen del bipartidismo). Si vamos de izquierda a derecha, traspasos de Podemos a PSOE, de este partido a Ciudadanos, de los naranjas al PP o del PP a Vox, son comprensibles. E incluso viceversa.

Anima estos cambios el que las ideologías modernas no reclamen una pertenencia demasiado profunda. La sociedad líquida, muy basada en la apariencia, no exige grandes diferencias de fondo. Todos los partidos actuales comparten ciertos axiomas. Y ninguno exige una trayectoria personal coherente. Hay gays en el PP, aunque el partido no apoye su muy demandada reclamación de la maternidad subrogada. Hay agnósticos en Vox, aunque teóricamente es partido muy cristiano. Hay en Podemos gente con chalés descomunales. En Ciudadanos hay militantes de izquierdas y derechas. Y en el PSOE hay cristianos y ateos. Al cabo, una acaba concluyendo que la política hoy poco tiene que ver con los grandes ideales. Se trata más bien de una carrera de poder.