Opinión
Cuestión de ADN
Según algunos diputados radicales que los jueces investiguen y juzguen los posibles delitos cometidos por políticos es una injerencia de la Justicia en la política, esos jueces son justicieros y socavan los cimientos de la democracia. Bien. Tales declaraciones pueden valorarse de dos maneras. Una de poco recorrido llevaría a preguntarnos por el nivel intelectual de quien eso dice. Otra es más preocupante: que no sea cuestión de nivel intelectual, ni siquiera de perversión ética, sino de convicciones.
Que esos planteamientos provengan de partidos radicales ahora en posición de poder dice mucho del nivel en el que nos movemos. Lo grave es que ya no se trata de unos planteamientos esperables en quien hace alarde de ser políticamente soez, de gentes que proceden de lo que hasta ahora era marginalidad política, de los antisistema, en fin, de gentes que incluso no esconden su proximidad con el mundo de la violencia: lo realmente grave es que con sus declaraciones salen en apoyo de otras declaraciones, quizás más elaboradas, pero que proceden nada menos que de la tercera autoridad del Estado.
Cuando el presidente del Senado aconseja al Tribunal Supremo que absuelva a los políticos que está juzgando hace algo que, en un sistema político aseado, llevaría a su reprobación y cese. Pero no va a ocurrir eso por la sencilla razón de que sus palabras no son una ocurrencia personal, ni siquiera responden a un planteamiento oportunista, táctico, inspirado en el lema de que todo vale con tal de llegar al poder, estar en él y retenerlo; es más, tampoco responden a una convicción ideológica: esas manifestaciones muestran el ADN de su partido.
Son unas palabras que vistas con el microscopio del análisis de la historia confirman un pensamiento empeñado en alejarse de lo que en buena hora debería ser una socialdemocracia europea, moderna, civilizada y constitucional; son unas palabras que confirman y continúan con esa tendencia patológica que le ha llevado y le lleva a estar involucrado en los desastres y tragedias de la España de la última centuria, ya sea protagonizándolos o apoyándolos o, simplemente, buscando algún provecho en ellos; en fin, un modo de ser, una tendencia genética que le lleva a ir empecinadamente en coyunda con gentes indeseables.
Ejemplos de cómo ese ADN se manifiesta no faltan. Ahí están quejas antológicas ya en 1984: «con este Tribunal Supremo no se puede gobernar» o el entierro de Montesquieu; ahí está la traición al modelo constitucional sobre la Justicia que llevó al desembarco de los partidos en el gobierno judicial; ahí está la jubilación masiva de jueces; ahí está resucitar los fracasados tercer y cuarto turnos para seleccionar jueces sin oposiciones; ahí están los parlamentos autonómicos nombrando magistrados de los Tribunales Superiores de Justicia; ahí está aquel proyecto para que los ayuntamientos nombrasen sus jueces; ahí está aquel Fiscal General del Estado que aconsejaba a los jueces que se manchasen las togas con el barro del camino –léase, los intereses de la política–; ahí está el consejo de quien fue ministro de Justicia de su primer gobierno diciéndole a los jueces que tenían que juzgar según las mayorías parlamentarias; ahí está aquella pregunta quejumbrosa –«¿es que nadie le dice a los jueces qué tienen que hacer?»– de su primer presidente del gobierno; en fin, ahí está todo aquel partido que, en cerrada camaradería y a las puertas de la cárcel de Guadalajara, aplaudía a un ministro y un secretario de Estado, ambos condenados por el Tribunal Supremo por crímenes de Estado.
Con todo esas perlas proceden de líderes que ahora nos parecen modelos de sensatez, de entrega a España, alguno incluso recientemente añorado a título póstumo. Pero sentaron cátedra, marcaron estilo. Esto explica que su congénito rechazo a la independencia judicial evolucione y vaya mostrando su querencia hacia depuraciones ideológicas: ahí está que se nos exija un compromiso ideológico, de momento y para empezar con la ideología de género. Tras esto ¿qué otra fidelidad ideológica se nos exigirá a los jueces o con qué medidor ideológico se nos seleccionará o inspeccionará? En fin, las palabras del presidente del Senado no responden a un puntual acceso febril: son una muestra de ADN que evidencia una grave enfermedad genética.
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