Opinión

Tiempo de exámenes

El final de los cursos escolares y los exámenes tienen una tradición de miles de años, prácticamente hasta que el señor Mao decidió que esta secular estudiantil era un invento burgués y de tal maldad que algunos maestros chinos la pagaron con su vida. Y la otra novedad sobre este asunto es que la materia de los exámenes que han subsistido en España es distinta entre las diversas regiones geográficas y autonómicas cuyas dimensiones e historia han trazado a los políticos con poder para ello, digamos que un poco imaginativamente como el desamortizador señor Madoz hizo su famoso diccionario geográfico e histórico, con gran comprensión sobre la condición de los vientos y su salubridad, que era magnífica en todas partes. Pero ahora resulta que hasta hay ríos propios y culturas tan varias que resultan difícilmente comprensibles, vamos a decir por ejemplo las de Ávila y Guadalajara acerca de las cuales se han encontrado insalvables desigualdades y dificultad de comunicación. Aunque ya se ha demostrado que mejores carreteras y ferrocarriles no mejoran a los políticos como decía de los romanos la historiadora británica Eileen Power, y es lo contrario de la Edad Media con comunicaciones desastrosas y mucha mayor sabiduría. Y ya Lao-Tsé decía que la felicidad humana estaba «donde las gentes aprecian la vida y no viajan muy lejos/... Se puede escuchar el ladrido de los perros,/el canto de los gallos,/en la otra aldea./Y se puede uno pasar la vida entera,/sin ir de la una a la otra». Aunque a las edades siguientes las dio más por pensar más que por viajar, hasta fines de la Edad Media al menos, en que se inventó el coche con flejes o ballestas.

La Edad Media, de la que por cierto Don Carlos Marx estaba enamorado porque la parecía el momento histórico de más alta dialéctica o pensamiento y discurso crítico, prácticamente al alcance de la mayoría, y también el último tiempo que se percató de que la gran división humana estaba ente los que sabían y los ignorantes. Y que la enseñanza aprovechada, dependía fundamentalmente del propio talento, y esfuerzo. Y no era que la cosa se diera todos los días pero tampoco era raro el caso de Roberto Sorbón hijo del guardador de cerdos del rey, y cuyo nombre lleva La Sorbona, una de las grandes universidades europeas de la Edad Media, que ahí sigue. Y quiero decir que, si un muchacho hijo de un guardador de cerdos u otro oficio nada brillante tenía buena cabeza y era trabajador y empezaba por conocer a griegos y romanos sobre los quince años, era alguien que podía y debía servir a su país con el estudio. Y en primer lugar con la mejor escuela posible que quería decir más o menos que tendría que colocar, y toda ella bien ordenada en una cabeza, la friolera de los conocimientos, y del afinamiento de la sensibilidad hacia el buen decir y la hermosura, de unos catorce siglos. Y hoy serían veinte, y un poco más complicados.

Se contaba en su tiempo que, cuando era estudiante el Inquisidor General y Primer Secretario de Estado o como Premier de Felipe II, Cardenal Don Diego de Espinosa, contestaba, a quien le preguntaba para qué estudiaba que lo hacía «para saber», y la historia se repetía como edificante. Pero, como las cosas son como son en este mundo, y desde un par de siglos atrás ya hacia dejado escrito el Arcipreste de Hita que algunas veces los dineros hacían «sabios doctores de rudos labradores», de manera que quienes preguntaban a Diego de Espinosa, también podían añadir: «Suerte has de tener, que de saber no has menester», porque esto sólo quería decir que se era realista, aunque en este caso como en general no se dudara del muchacho, porque no había razones para hacerlo.

Lo que cambia hoy es que el joven Espinosa nos contestaría que estudiaba no para saber, sino para aprender a aprender. Y con este talismán dialéctico quizás ya no necesitamos la ni suerte.