Opinión
El fraude de la plañidera
No seré yo quien defienda la idoneidad del independentista Maragall al frente del ayuntamiento de Barcelona, entre otras cosas porque esa alternativa habría situado a toda una gran capital europea como instrumento permanente y correa de transmisión de la ya de por sí eficaz maquinaria secesionista. Pero ello no despeja sin embargo inquietantes interrogantes –y ojo con las eficaces quintas columnas– a propósito de la continuidad de Colau al frente de esta alcaldía, en una disyuntiva que acabó ciñéndose al «susto o muerte» como única salida tras la endemoniada distribución de fuerzas arrojada el «26-M». A ver si va a resultar ahora que a la gran auxiliadora del separatismo durante los últimos cuatro años se la convierte en el gran parapeto frente a la voracidad independentista. Ada Colau es una mujer de lágrima fácil instalada en lo más cómodo de la política donde llegó montada a lomos de la protesta antisistema. No controló su aparato lacrimal en la noche electoral que la señalaba la puerta de salida de la alcaldía, todo un «humano» gesto solo igualado por esa voz quebrada y ojos vidriosos al ser preguntada en la radio a propósito de la «presión» que supone esto de la política, sobre todo cuando te abuchean el día de tu toma de posesión. El fraude de su puesta pública en escena es solo proporcional a lo que ha resultado el día a día de una acción política propia de alguien para quien el estado español es sencillamente un adversario a batir. A diferencia de otras izquierdas populistas llegadas al poder municipal desde 2015 en distintos municipios del país, Colau ha ido bastante más allá de la mera demanda política en unos votantes de izquierdas, que en ningún momento le exigieron la vehemencia exhibida a la hora de promover todo tipo de desplantes al jefe del Estado, a instituciones como el ejército o a los símbolos que más unen en una democracia consolidada y sobre todo, a la hora de convertir a la institución municipal barcelonesa en todo un instrumento de propaganda permanente en favor del secesionismo, pleno tras pleno y resolución tras resolución. Tal vez alguien debería preguntarse si el golpe separatista de 2017 habría tenido el mismo recorrido sin las facilidades políticas, institucionales y logísticas brindadas por este gobierno municipal. Maragall quiere separarse del Estado bajo una república independiente catalana, Colau sencillamente ver al estado al pie de la abdicación. Los concejales de Valls y del PSC optaron por «susto» frente a «muerte», pero el gran lazo amarillo ondeando en la sede municipal al poco de la toma de posesión como gesto de «generoso agradecimiento» a ese apoyo llama a una doble reflexión, A: la cesión de votos no puede hacerse de forma tan incondicional a un personaje que ya es sabido cómo se las gasta. En política todo se negocia, nada es gratis, todo tiene un precio que Colau habría pagado con tal de no volver a lagrimear y B: frenar el paso al separatista Maragall no está reñido con poner veto al compromiso permanente de una oportunista activista en favor precisamente del propio separatismo. Veremos quién es a la larga más nocivo, si el que no vino o la que se queda.
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