Opinión
Un gran fracaso colectivo
Un 17 de julio como hoy estalló en España un golpe de estado que, al fracasar, degeneró en una guerra civil con intervención internacional. La tragedia me interesó desde niño siquiera porque algún familiar había sido piloto y, en la posguerra, acabó en prisión. Del tema no se hablaba, no obstante, y las peripecias de otros parientes como mi abuelo paterno las tuve que ir hilando años después cosiendo retazos. Ya hace más de tres décadas, comencé a trabajar con documentación soviética sobre el conflicto y de ahí empezaron a brotar fogonazos de luz que, año a año, fueron extendiendo ante mí un fresco muy distinto al de los autores interesados en vender una u otra versión.
Yo no soy de los que creen que fue la lucha de la democracia contra el fascismo ni el primer capítulo de la primera guerra mundial. En realidad, creo que si tuviera que definir la guerra civil española lo haría como un inmenso fracaso colectivo. En aquella matanza perfectamente evitable quedó de manifiesto el fracaso de una monarquía que pudo modernizar España y que se fue deshilachando; el de una clase política que –con excepciones como José Canalejas o Eduardo Dato– estaba más interesada en su grupito que en la nación; el de una iglesia católica que –con todas las excepciones que se quiera– estuvo mucho más preocupada por mantener privilegios de siglos y coartar la libertad ajena que por servir de puentes entre las clases; el de una izquierda que jamás se acercó ni de lejos a la de naciones como Gran Bretaña o los países escandinavos y que no concibió otra salida que la de convertirse en otra nueva iglesia no menos dogmática que la oficial; el de un nacionalismo catalán y otro vasco surgidos en las sacristías –incluso con visiones– que no supieron concebir la convivencia pacífica sino sólo el destejimiento nacional como vía para unas ambiciones tan desmesuradas como ridículas; el de una masonería que no había dudado durante décadas en traicionar a la propia nación a diferencia de lo sucedido en Francia o Gran Bretaña y el de una población, en general, con enorme dificultad para entender y aceptar al que pensaba de otra manera, temerosa siempre de verse agredida y dispuesta a ser la primera en agredir. Sobre ese triste suelo estalló una guerra fratricida, ésa que muchos se empeñan todavía en incensar.
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