Opinión

Peligroso manejo de los tiempos

Aunque probablemente lo que esté manejando sea un frasco de letal nitroglicerina, de Pedro Sánchez, presidente en funciones, ya comienza a percibirse que le ha cogido el gusto a eso del manejo de los tiempos, transcurridos casi tres meses desde la victoria electoral y a cinco días para el arranque de una nueva investidura que, en línea con su bien ganada experiencia de ocasiones anteriores, puede devolverle para variar a corrales. Suele resultar recurrente lo de destacar relevantes nombres de políticos y estadistas que se han caracterizado por una especial maestría a la hora de afrontar eso que en el argot periodístico conocemos como el «manejo de los tiempos», algo que ciertamente no resulta tan sencillo de medir. Sin ir más lejos, del propio Rajoy siempre se destacó su pericia en el citado manejo; un dirigente al que se arrogaba la capacidad de derrotar a sus adversarios dentro y fuera del PP gracias a un esquema mental que hacía desaparecer los problemas metiéndolos en lo más profundo del cajón del olvido o directamente transformándose en inamovible roca –la «roca de Pontevedra»– para ver a esos adversarios ahogados por su propia cuerda. Todo muy admirable hasta que llegó la moción de censura haciéndole practicar el vuelo sin motor previa patada en las posaderas y sin reparar en dónde le venía le aire. Ergo, el buen manejo de los tiempos en política solo se reconoce cuando las cosas salen bien y eso no siempre se corresponde con disponer de una mejor o peor capacidad estratégica. Sánchez está jugando con una temporalidad que en realidad no le corresponde porque pertenece a la generalidad de los españoles que claman por que, sencillamente haga su trabajo que no es otro más que el encomendado por el jefe del Estado para tejer una mayoría que brinde estabilidad a un nuevo gobierno. Si el próximo jueves en segunda votación no consigue la investidura –y dado que todavía no ha dicho que renunciaría a un nuevo intento en septiembre– habrá puesto en marcha el «reloj de la democracia» y todo apunta a un nuevo escenario tras las vacaciones en el que, la presión para evitar la repetición electoral podrá ejercerse con mayor intensidad sobre las formaciones con las que no se cuenta para un programa de legislatura, pero a las que se exige una «abstención responsable». PP y Cs escucharán voces en esa dirección desde poderes no precisamente irrelevantes en España, en Europa y hasta en la taza del WC, con un argumento de especial peso como elemento añadido que no es otro más que la previsiblemente publica para entonces sentencia del «procés» y sus efectos colaterales en la convivencia social y política de Cataluña. Casado y Rivera recibirían muchos cantos de sirena y tal vez susceptibles de ser escuchados, pero llegado ese caso el boomerang lanzado al centro-derecha podría regresar a La Moncloa en forma de abstención condicionada, por ejemplo a la nueva aplicación del 155. Si en ocho días no hay «fumata blanca», el manejo político de los tiempos puede que, en lugar de Sánchez lo cargue el diablo.