Opinión
Carbón, corrupción y silencio
El grupo terrorista Al-Shabaab, presente en Somalia y Kenia, se financia gracias al carbón vegetal, a pesar de que su comercio y exportación está prohibidos desde hace años. Además, de la deforestación que esto provoca, las sequías, inundaciones y conflictos entre clanes por el acceso a recursos naturales como este ha provocado que 5.4 millones de personas se encuentren en riesgo grave de inseguridad alimentaria
“Para entender las claves del terrorismo en Kenia y en Somalia
hay que observar el negocio del carbón -asegura Yussuf (nombre ficticio por motivos de
seguridad),
miembro de las Fuerzas de Defensa de Kenia (KDF)-. He obtenido más información
hablando con niños que venden el producto en los mercados que en
interrogatorios oficiales”.
Yussuf trabaja como analista
siguiendo los pasos de Al-Shabaab; el grupo terrorista con base en Somalia, con
fuerte presencia en el noreste de Kenia y responsable directo de la muerte de
miles de personas por ataques
terroristas en ambos países. Su poder destructivo tiene una
correlación directa con la desertificación y la degradación del suelo, al ser
la producción de carbón vegetal una de las bases de su financiación.
Los datos son devastadores:
según Naciones Unidas, dos millones de árboles son cortados al año en Somalia,
produciendo un beneficio de hasta 120 millones de dólares, de los cuales se
estima que 10 millones son destinados a la financiación de milicias y grupos
terroristas. En Kenia, según el Centro Mundial de
Agroforestería , las tierras forestales se han reducido a más de la mitad
desde 1963, lo que supone que las tierras boscosas conforman menos del 10% del
suelo, el mínimo recomendado por la ONU.
El negocio de la ignorancia, la necesidad y el miedo
Tanto en Kenia como en Somalia,
el comercio ilegal de carbón vegetal y su exportación fueron prohibidos por
ambos Gobiernos con el respaldo del Consejo de Seguridad de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU). Las medidas
se tomaron con la intención de frenar la financiación del grupo terrorista
Al-Shabaab y reducir los efectos negativos del cambio climático. Las sequías,
inundaciones y conflictos entre clanes por el acceso a los recursos naturales
se han incrementado en los últimos años, provocando que 5.4
millones de personas se encuentren en riesgo grave
de inseguridad alimentaria.
Los esfuerzos existentes
carecen de efectividad ante la demanda incesante de carbón vegetal por parte de
los países del Golfo Pérsico. La corrupción, la falta de gobernabilidad y lo
lucrativo del negocio, colocan la degradación de Somalia y del noreste de Kenia
en el lugar de lo anecdótico o del “mal menor”.
Al-shabaab ha creado una
cadena de producción y venta basada en la ignorancia, en la necesidad y en el
miedo. “La mayoría de los productores no conocen el destino de los fajos de
carbón. No saben que las acacias que están cortando tardan cientos de años en
crecer, pero tampoco pueden imaginar que su trabajo se relaciona de algún modo
con los ataques terroristas perpetrados en nuestro país”, admite Yussuf.
Las provincias del noreste de
Kenia están especialmente afectadas por la hambruna y la desertificación;
dándose las condiciones necesarias para que florezcan negocios que aseguren
ganancias rápidas y seguras. Se estima que los hogares de Kenia usan 2.4
millones de toneladas al año de carbón vegetal como fuente energética; por lo
que los productores no pueden permitirse el lujo de aceptar la prohibición de
los gobiernos sin tener alternativa alguna para subsistir. Los líderes locales
se aprovechan de la situación gastando en otros fines las contribuciones
destinadas a la protección del medio ambiente. Al-Shabaab juega también esa
baza; y es que donde hay hambre la ley es subjetiva.
“En marzo de 2019 dos agentes locales detuvieron a una chica de
catorce años que estaba vendiendo carbón producido ilegalmente por su familia
-cuenta Yussuf-. El padre y la madre acabaron en la cárcel, la chica tuvo que
abandonar sus estudios para cuidar a sus hermanos menores, sobreviviendo de la
mendicidad hasta que Al-Shabaab les rescató. La comunidad se reafirmó en la
imagen que el grupo terrorista quiere mostrar: ellos son los héroes y el
Gobierno, el villano”.
Los habitantes de Garissa, en
el noreste de Kenia, coinciden en que el Gobierno ha tomado una medida que
afecta negativamente a los ciudadanos. “No se puede pensar en el bien común con
el estómago vacío”, dice Feisal Mohamed, líder de uno de los clanes
mayoritarios de Garissa. “El Gobierno debe dar antes de quitárnoslo todo para
cubrirse las espaldas de cara a la comunidad internacional”, continúa.
La necesidad repercute en el
aumento de la corrupción. Los agentes hacen la vista gorda a cambio de un
porcentaje de las ganancias. Camiones cargados de carbón siguen cruzando la
frontera de Somalia y Kenia, con total impunidad, a través del campo de
refugiados de Dadaab.
La prohibición ha convertido
el negocio del carbón en una actividad lucrativa de la que se benefician
actores locales e internacionales, y las leyes se siguen dictando sin poner
solución a los efectos de la corrupción; el factor causante de que la mayoría
de las iniciativas que aspiran a proteger el medio ambiente fracasen. “Si paras
a un camión cargado de carbón en la frontera y lo denuncias, inmediatamente
recibes una llamada de tus superiores y tienes que dejar que pase”, afirma
Abdifatah, agente de policía en Garissa.
La deforestación avanza,
incrementando las emisiones de dióxido de carbono responsables de la
aceleración de la sequía, o el riesgo de inundaciones. Y los que lo saben,
callan. El miedo gana terreno de forma exponencial entre activistas,
científicos y políticos comprometidos con la lucha contra el cambio climático.
Cuando se discuten las causas
de la inacción generalizada en cuanto a las medidas medioambientales, se habla
de corrupción, se habla de ignorancia, se habla de política exterior. Pero el
miedo no forma parte de la estadística, a pesar de que se trata de un factor
central. “Es tanto dinero el que se mueve que las buenas intenciones no valen
nada. La moral, la ética, no pueden luchar contra la falta de gobernanza, o
contra el hecho de que matar por encargo cueste treinta dólares. ¿Quieres saber
quién financia Al-Shabaab? Todos nosotros. Los niños que venden carbón en
Nairobi, la cocinera del puesto de samosas, el agente cuyo mandato es el silencio.
Es un círculo vicioso”, afirma Yussuf.
Al-Shabaab reina en un
desierto desde el que, irónicamente, dicta sus propias leyes de protección del
medio ambiente: En Julio
de 2018 anunciaron la prohibición del uso de bolsas de
plástico, ya que este material “supone un peligro para el bienestar de las
personas y de los animales.” Una medida que roza la burla teniendo en cuenta la
impunidad con la que han sacrificado y violado a miles de víctimas en los
últimos diez años.
La solución que no llega
Eastleigh, el barrio somalí
de Nairobi, se ha convertido en el objetivo de activistas y trabajadores
sociales que buscan concienciar sobre cambio climático y la importancia de
cuidar el medio ambiente.
Los niños venden sacos de
carbón mientras juegan y charlan. Los policías pasan de largo, pero si alguien
pregunta por el responsable de la venta la respuesta es clara: “no está aquí”.
“Siempre recauda el dinero una persona distinta, nunca se sabe cuándo va a
aparecer. A veces tardan días o semanas en venir, lo que hace que la vigilancia
sea muy complicada, porque antes de que localices al responsable alguien habrá
dado la voz de alarma sobre tu presencia”, cuenta Yussuf.
La comunidad somalí de
Eastleigh está unida contra del control policial, consideran que la narrativa
del medio ambiente pertenece a los “wazungu”, a los blancos, y que forma parte
de una nueva ideología colonial. Palabras como “cambio climático” o “capa de
ozono” hacen que la gente desconecte del discurso, que lo consideren como algo
ajeno. “Nuestra gente sufre de hambre, no pueden luchar contra fenómenos que no
llegan a comprender cuando la prioridad es el alimento”, explica Umulkheir
Harun Mohamed, directora de la ONG “Kesho Alliance”, con base en Garissa. “La
educación es el único modo de enfrentar este problema, pero es complicado
trabajar con una mayoría analfabeta cuya filosofía de vida se basa en la
ganancia inmediata”.
Pero la ignorancia no debe
eximir de la responsabilidad moral, por eso Umulkheir
trabaja implementando programas que incluyen pequeñas medidas que impactan
en la protección del medio ambiente. “No puedes empezar por prohibir el carbón,
porque dejas a miles de personas desamparadas. El cambio ha de ser progresivo e
inteligente, ha de ir de la mano de la educación y tiene que ir acompañado de
alternativas realistas y adecuadas a nuestro entorno”, afirma Umulkheir.
La necesidad de implementar
soluciones que se ajusten a la realidad es también la propuesta
de Abdifatah Hassan Ali, analista de Witness Somalia: “El problema es que
las autoridades locales son parte del negocio, por lo tanto es muy difícil
exigir que la sociedad civil se involucre en medidas sostenibles. De hecho, la
administración local de Jubbaland no permite siquiera criticar el negocio del
carbón y existen casos de periodistas que han sido arrestados por investigar
sobre el tema”, afirma Abdifatah Hassan.
Las dinámicas existentes son
concebidas para contentar y acallar a la comunidad internacional. Los expertos
reconocen que la lucha sólo será posible si se da un cambio de paradigma. Los
cargamentos de carbón vegetal continúan cruzando fronteras, en silencio,
pasando por encima de estadísticas. La deforestación avanza. El terrorismo y la
sequía siguen cobrándose vidas.
Mientras tanto, los políticos
firman documentos-placebo y prometen: “Todo irá bien. Todo irá bien.” Sabiendo
que la corrupción está de su lado y que la alianza entre hambre y miedo
conforma el mejor mecanismo para mantener el poder.
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