Opinión

Jodido martes

Anteayer, martes, se anunció que Plácido Domingo cancelaba sine die todas sus actuaciones futuras en el templo de la ópera americano, el Met. La noticia solo ha sorprendido por lo tarde que se ha producido. El tenor había estado ensayando «Macbeth» hasta el final. De hecho, cantó el ensayo general. Sin duda, ya sabía que sería su despedida del Met, como lo confesó horas más tarde. Había recibido los apoyos de compañeros de reparto como la propia Anna Netrebko, que en su popularísimo y nada cohibido Instagram declaró que sentía que era un honor volver a trabajar con Plácido. Incluso recibió el apoyo expreso del Peter Gelb, el director de la institución. Pero Estados Unidos es Estados Unidos. Frente a estos apoyos estuvieron parte de los empleados del Met, coro y orquesta incluidos, con afirmaciones a los medios con palabras muy gruesas. El ambiente se había vuelto muy enrarecido, pero también arriba de él. Porque ahí están quienes mantienen el teatro, millonarios que ponen su dinero para que abra sus puertas a diario, pertenecientes a una sociedad hipócritamente puritana. El #MeToo se ha apoderado de esa sociedad que es capaz de las mayores atrocidades con tal de que nunca se sepa que suceden. ¿Acaso había alguien en el Met que no conociese los rumores sobre Levine? Yo mismo escuché, antes de empezar una representación, a un espectador gritando «¡Asqueroso, te follas a nuestros hijos!». Durante décadas nadie investigó nada, porque no interesaba. Cuando se hizo, sin juicio legal alguno, se le apartó de la orquesta y se retiraron fotos, discos y vídeos de la tienda. ¿Qué ha sucedido después? Que el Met no es nada sin la historia de Levine y, finalmente, han llegado a un acuerdo. Nuestra sociedad, para bien y para mal. Había mucho temor a que en la premiére se organizase una protesta que perjudicase, no ya a Plácido, sino a sus compañeros y, en definitiva, al Met. De aquí la decisión consensuada por artista y teatro. Plácido Domingo, a quien probablemente nunca se juzgará legalmente, se le ha juzgado ya en la noria pública, destruyendo un nombre que no se merece este presumible final de carrera. Yo sigo creyendo en él como persona y si un día se llegase a probar que estoy equivocado, lo que nadie me podrá robar es mi admiración por el artista, uno de los más grandes en la ópera de las últimas décadas. Y es más que penoso que ese gran artista se haya despedido del Met, tras 51 años de cantar en él, con un simple ensayo, sin su público. El futuro se antoja claro: Domingo acabará por renunciar a EEUU y se refugiará en Europa, donde la sociedad sabe distinguir entre lo personal y lo artístico. Donde se puede admirar a Wagner por muy indeseable que fuera como persona y, además, donde aún pesa algo el «in dubio pro reo». Cuanto antes lo haga, mejor.