Opinión
La cabeza hervida
Los seres humanos nos envilecemos progresivamente. Salvo en el caso, muy raro, de una reacción fortuita y excepcional, los crímenes se larvan en el corazón durante años. Se va cediendo al vicio en cosas pequeñas y, gradualmente, según va creciendo la apetencia, se va uno envalentonando. Por eso, en el entorno familiar de Carmen Merino Gómez el disgusto es enorme, pero la sorpresa por su vileza, sólo relativa. La historia terrible es el fruto final de una vida teñida de mentiras y trucos. Carmen es la mayor de seis hermanas, hija de una policía nacional, que seguramente echó mucho de menos a su madre, muerta en el parto de la sexta hija.
Regresó a Andalucía y se casó. Fue madre de dos hijos, chico y chica, ya adultos. Roto el matrimonio, la mujer se hizo cargo de una tía, de cuyo patrimonio disponía oscuramente. Le distrajo a la señora más de 6000 euros de las cuentas e intentó llevársela consigo a Castro Urdiales, donde había conocido a Jesús Mari Baranda, divorciado también. El empleado de banca, tranquilo y afable, se negó en rotundo a tener en su casa a la señora, que tuvo que regresar a Cádiz.
Carmen, siempre arreglada, con el pelo listo y las uñas pintadas, gustaba de que la mantuviesen. Tuvo problemas con el alcohol y tomaba demasiadas pastillas. Repetía que padecía depresiones, por eso sus amigas la animaban a frecuentar el Círculo Andaluz. Lo que no podían estas amigas imaginar era que entregase la caja con la cabeza de su pareja a una de ellas, para que se la guardase. Ahora esta amiga confiesa que ni ella ni su marido quieren regresar al hogar donde tuvieron aquel extraño trofeo en el armario de invitados, sin sospechar lo que contenía el paquete. «Es que hasta mi hermano ha dormido allí», dice ella.
«Es mala, claro que lo es», subrayan sus parientes. «Sospechábamos desde febrero, en que desapareció, que Jesús Mari ya no estaba con nosotros. Pero era imposible pensar que lo hubiese matado ella, porque él pesaba cien kilos». Aunque ella fingía recibir de él mensajes de wasap, dijo también que no los conservaba porque el teléfono se le «cayó al agua mientras fregaba».
Mientras la Policía determina quién mató a Jesús y cómo se deshizo de su cuerpo, Carmen ha comentado que conservó su cabeza por razones afectivas, porque se la dejaron en la puerta y era su único recuerdo de él. Supongo que este crimen terrible sólo aumenta en un grado lo que Carmen, misteriosamente, eligió ser. Seguramente decidió quedarse con todo lo que el hombre había compartido con ella: su piso de divorciado, su dinero en el banco, su coche. Sólo le estorbaba él.
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