Opinión

El portugués António Costa, el espejo de Pedro Sánchez

El primer ministro socialista forma gobierno una semana después de las elecciones, en contraste con su homólogo español Pedro Sánchez, incapaz de ganarse el apoyo de la izquierda

La noche del pasado martes el presidente luso, Marcelo Rebelo de Sousa, convocó al primer ministro en funciones, António Costa, y le encargó la formación de un nuevo Ejecutivo de la República Portuguesa. El jefe del Estado dio luz verde al segundo mandato del político socialista apenas 48 horas después de la celebración de las elecciones nacionales, un plazo récord para la formación de un nuevo Gobierno en el país vecino.

Ante los medios, Rebelo de Sousa justificó su celeridad al explicar que la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea podría resultar desastrosa para la economía lusa, que tanto depende del turismo británico. Por eso, el presidente consideró prioritario tener al nuevo Ejecutivo constituido antes de la celebración de la cumbre europea del próximo 17 y 18 de octubre, en la que los líderes de los Gobiernos comunitarios establecerán sus posiciones de cara a un posible “Brexit duro”. Tanto los hosteleros lusos como el elevado número de inmigrantes lusos en tierras británicas hacían imprescindible tener presente un primer ministro en plenas funciones, capaz de defender los intereses de todos los portugueses en un escenario tan crítico.

El Partido Socialista (PS) del primer ministro fue el más votado en las elecciones del domingo, y aunque se quedó a 10 escaños de la mayoría absoluta, nadie dudó que Costa era el candidato mejor posicionado para ocupar la jefatura del Gobierno. Pese a ello, Rebelo de Sousa insistió en seguir el protocolo constitucional, y a lo largo del martes participó en un auténtico maratón de consultas con los líderes de los 10 partidos con representación en la Asamblea de la República.

A todos preguntó si apoyarían el nombramiento del candidato socialista, y todos salvo el único representante del partido ultraderechista Chega y el líder de Iniciativa Liberal respondieron de manera afirmativa; los dos que se mostraron en contra admitieron que, por mucho que se opusiesen al nombramiento, el actual primer ministro era el único que reunía las condiciones para ocupar el cargo. Sin motivo alguno para frenar el nombramiento, Rebelo de Sousa hizo llamar a Costa, quien recibió el encargo a pocos minutos de su llegada a la sede presidencial en el Palácio de Belém.

Una Constitución que favorece gobiernos en minoría

La celeridad con la que se realizó el encargo fue muy comentada en la vecina España, donde el bloqueo político se extiende desde hace más de medio año, y donde los presupuestos elaborados por el popular Cristóbal Montoro en 2018 van camino de convertirse en los más longevos de la historia del país. No fueron pocos quienes se enteraron del nombramiento exprés de Costa el martes y miraron hacia tierras lusas con cierto envidio. Lo cierto es que la Constitución del país vecino facilita la formación de Ejecutivos con cierta rapidez.

Un factor clave es el hecho de que Portugal tenga un sistema semi-presidencial, y que el jefe del Estado luso cuente con poderes sustanciales que le permiten encargar el Gobierno a quien le apetezca. Tradicionalmente los presidentes de la República han intentado seguir las indicaciones del electorado y nombrado primer ministro al candidato más votado en las elecciones, pero no siempre ha sido así.

En el pasado algunos presidentes han encargado el Gobierno a personas que ni tenían acta de diputado, tal y como pasó con Pedro Santana Lopes, el alcalde de Lisboa que en 2004 fue seleccionado por el presidente Jorge Sampaio para remplazar a José Manuel Durão Barroso cuando éste fue seleccionado para ser presidente de la Comisión Europea. La selección sorprendió a todos y, como era de prever, el Ejecutivo nunca consiguió el apoyo necesario para gobernar y terminó por colapsar en poco tiempo.

Apostar por el candidato más votado tampoco garantiza la estabilidad de su Gobierno. En 2015 Aníbal Cavaco Silva insistió en encargarle un gobierno al conservador Pedro Passos Coelho, afirmando que era lo justo ya que su coalición había sido la más votada. El problema es que esa coalición apenas contaba con 107 de los 230 escaños en el Parlamento, y la izquierda había indicado su disposición de unirse para aupar un Ejecutivo de los socialistas.

El presidente desconfió de esa alianza de socialistas, comunistas y bloquistas, y decidió nombrar a Passos Coelho de todas formas. Su XX Gobierno de la República duró apenas 27 días y quedó disuelto cuando la mayoría de la Asamblea de la República votó en contra de su programa. Cavaco Silva entonces aceptó encargarle un Gobierno a Costa, pero a esa altura ya había pasado mes y medio desde las elecciones, una pérdida de tiempo completamente injustificable para un país con una situación económica delicada.

El martes Rebelo de Sousa ha evitado perder el tiempo entregando el Ejecutivo a Costa, que no sólo ha sido el más votado, sino que también cuenta con una situación privilegiada al no tener una oposición fuerte que pueda tumbarle en estos momentos. Aunque el nuevo Gobierno no tiene la estabilidad garantizada, a corto plazo tiene toda expectativa de sobrevivir gracias a un mecanismo de la Constitución lusa que, a diferencia de la española, facilita la constitución de Ejecutivos minoritarios.

En Portugal los primeros ministros no necesitan ser investidos: sólo necesitan que sus programas de gobierno no sean rechazados. En un plazo de 10 días tras su nombramiento, el jefe del Ejecutivo tiene que presentar ese texto ante la Asamblea de la República. No se requiere la aprobación del programa, pero sí se tiene que evitar que la mayoría de los diputados voten en contra de él.

En estos momentos la derecha lusa cuenta con una fuerza combinada de 82 diputados, lo que la sitúa muy lejos de los 116 requeridos para tumbar al programa de Costa. Dado que es poco probable que tanto los marxistas del Bloque de Izquierda (BI) –que controlan 19 escaños– y el Partido Comunista Portugués (PCP) –que tiene 12– se suman a los conservadores, el primer ministro tiene gran probabilidad de superar esta prueba fundamental.

Sin garantía de estabilidad

Si bien el segundo Ejecutivo de Costa tiene todas las cartas para salir con vida de esa primera audiencia en la Asamblea de la República, su capacidad gubernamental más allá de esa fecha no está garantizada. Si bien el PS se sitúa en una buena posición al ser la fuerza política más fuerte del Parlamento, al controlar solo 106 escaños no puede sacar sus proyectos legislativos adelante sin el apoyo de otras formaciones.

A diferencia de la anterior legislatura, en ésta no habrá una geringonça, la famosa alianza de la izquierda parlamentaria que sostuvo al primer Gobierno minoritario de Costa. Los comunistas lusos, los cuatro animalistas del Partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza (PAN) y la única diputada de la formación ecosocialista Livre le han indicado al primer ministro que no están dispuestos a entrar en alianzas formales con pactos escritos, y que solo contemplan cerrar acuerdos puntuales.

Aunque los bloquistas sí se mostraron abiertos a un trato formal con los socialistas, exigían ver sus objetivos incorporados en el programa del Gobierno, y concesiones como el aumento del presupuesto del Servicio Nacional de Salud y la renacionalización de la CTT, la empresa estatal de correos que fue privatizada tras el colapso económico del país en 2011. El acuerdo finalmente resultó imposible, en parte porque las relaciones entre los bloquistas y el Ejecutivo se habían tornado tensas durante la campaña electoral, en la que cada formación afirmó que la otra le intentaba “robar” votantes.

Dando por hecho la imposibilidad de llegar a una alianza formal, el viernes el PS emitió un comunicado en el que confirmó que el primer ministro gobernará en solitario, y que buscará negociar los Presupuestos Generales de año en año. Ninguno de los partidos de la izquierda tendrá un trato favorecido: en vez, se buscará que “todos trabajen juntos para dar continuidad al trabajo realizado en la anterior legislatura”.

Si bien este camino hace que Costa tenga la posibilidad de llegar a acuerdos más inusuales –como el que facilitó la reforma laboral pactada con el conservador Partido Social Demócrata (PSD) en la anterior legislatura–, también le deja expuesto si todos los partidos vuelven a unirse en contra de los socialistas, tal y como pasó en mayo de 2015, cuando se produjo una inédita alianza de la derecha y la izquierda a favor de una medida que habría reconocido la antigüedad de los profesores a la hora de actualizar sus salarios.

En esa ocasión Costa amenazó con dimitir, pero al encontrarse a cinco meses del final de la legislatura la disolución del Gobierno no habría resultado especialmente traumática. Con el actual panorama, sin embargo, la misma situación se podría producir en pocos meses, y no se sabe qué hará el primer ministro si se encuentra con semejante desafío.