Opinión
Vago
En el Refranero Español, compilado por Rodríguez Marín, compiten dos tipos de refranes. Los estúpidos y los sabios. De los primeros, uno de los más necios e incomprensibles está dedicado a los vagos. «Eres más vago que la chaqueta de un guardia». Se me antoja ofensivo e injusto. No he conocido guardias vagos, servidores de lo público las veinticuatro horas del día. Políticos vagos, al contrario, los hay a puñados. De todos los políticos vagos, el que se lleva la palma es Errejón, el niño de la beca que no becaba pero cobraba.
Nos ha ofrecido su programa electoral, y después de meditarlo con conciencia e interés, he tomado la decisión de llamar a su tía para que lo vote, supliendo de esta manera mi negativa a otorgarle mi confianza. Se lo ha copiado a Iglesias, que es también bastante vago, pero no tanto como él. Se ha empeñado en reducir la semana laboral a 32 horas. En el fondo, es una propuesta consecuente, si bien Errejón no ha trabajado 32 horas por semana jamás. Siente alergia por el esfuerzo, y de ahí la manía que le ha tomado a Amancio Ortega, que es un generoso multimillonario gracias a su trabajo. Cobrador de becas en la Universidad de Málaga sin pisar por allí, y reconocido escaqueado en la Asamblea de Madrid, donde los encargados de la seguridad le solicitan la documentación a la entrada porque no lo conocen. Para mí, que se ha pasado tres pueblos con su propuesta. Una semana de 12 horas laborales encaja mucho mejor en su interpretación del esfuerzo.
La vagancia, la apatía y el apoltronamiento sólo se superan por la necesidad. Pero Errejón no necesita el dinero como muchos otros. Se lo dan. Mejor, se lo damos. Es uno de los grandes atractivos de la política, que todos los meses, haya trabajado o no, ingresa en su cuenta corriente el dinero que le pagamos los españoles por no hacer nada a favor de España, sino más bien lo contrario.
El prodigioso poeta don Manuel del Palacio, nuestro gran talento literario del entresiglos del XIX al XX, entró enchufado en el Ministerio de Ultramar. Cambió el ministro, y el nuevo, el Duque de Almodóvar, Grande de España, breve de estatura y con muy amarga condensación láctea, puso a don Manuel de patitas en la calle. Coincidió la expulsión del poeta con la pérdida de las colonias, y Palacio resumió de esta guisa la gestión ministerial de su ejecutor. «Le llaman Grande y es chico;/ fue ministro porque sí./ Y en once meses y pico,/ perdió a Cuba, a Puerto Rico/ las Filipinas... y a mí». Vago en el Ministerio, que no en su fabulosa producción poética. Y otro gran escritor, don Enrique García Álvarez, sevillano, se definió a sí mismo: «Confieso con harto afán/ y sentimiento profundo,/ que soy lo más holgazán/ que ha puesto Dios en el mundo». Tan vago era el gran don Enrique, que no interrupió su modorra en un café de Triana cuando fue avisado de que su madre había fallecido al desplomarse el ascensor de su casa. Soltó una lágrima y declamó: «No me queda más consuelo/ dentro de este gran dolor,/ que ver que has subido al cielo/ metida en un ascensor». Pero claro, aquellos fueron unos vagos memorables, rebosados de gracia y talento, cultos y precisos. Pero no veo a Errejón en esos lares del ingenio. Como buen comunista, carece de sentido del humor. Y claro, ser comunista y vago es, en principio, una contradicción, aunque se hayan dado excesivas contradicciones en esa perversa ideología. Stalin ordenó fusilar al mariscal Tsorowsky, cuando éste le contó un chiste. – A Tsorowsky, me lo matáis cuanto antes–.
Además de copiar a otro vago, Errejón no ha acertado con su propuesta. En España, muchos parecemos tontos, pero al final, siempre queda la posibilidad de que no lo seamos del todo. Y mucho me temo que el partido de los vagos escindido de los vagos del otro partido, no va a alcanzar sus objetivos electorales. Lo que a Errejón poco le importa. Sean cuales sean los resultados, seguirá siendo un vago redomado y falto de ingenio que cobrará puntualmente a cambio de librarnos de sus esfuerzos. Lo cual, no es lo peor que puede sucedernos.
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