Opinión

El libro prohibido

Hace años escribí del libro prohibido. Mi Director en La Razón, Francisco Marhuenda –¡Hombre de poca fe!– creyó que el libro era producto de mi menguada imaginación, y en una jornada en la Universidad Católica de Ávila dentro de un curso que él dirigía y yo intervenía, se lo llevé. Lo fotocopió y me lo devolvió al día siguiente, porque Paco Marhuenda, lector infatigable y bibliófilo, es de los pocos hombres cultos que devuelven los libros prestados.

Este libro se lo debo a un sabio de todo lo que es papel. Sellos, grabados, dibujos, folletos y libros, Eduardo Escalada Goicoechea, montañés y navarro, carlista romántico. Su autor es un diputado a Cortes barcelonés, lerrouxiano, José Caballé, y el título de la obra produce pasmo y curiosidad. «La Inferioridad de la Raza Catalana». Está prologado por el notable escritor José María Salaverría, y editado en Madrid por la Casa Editorial y Librería de la Viuda de Pueyo, sita en la calle del Arenal número 6. El año de su primera y única edición, 1918.

Se cuenta que de esta obra apenas quedan una decena de ejemplares, por cuanto, a pesar de los elogios que dedica a Cambó, el movimiento nacionalista de aquella época, solicitó del político, coleccionista de Arte y mecenas catalán, la incautación de todos los ejemplares existentes. Incautación legal que se llevó a cabo porque compró toda la edición con anterioridad a ser distribuida y puesta a la venta. Aprovecho la ocasión para ofrecérselo a Torra por no menos de 100.000 euros, porque el título, justo o injusto –me muevo más por la segunda opción–, ayuda a figurar la expresión del rostro del actual Presidente de la Generalidad aunque fuera escrito y publicado muchos años antes de su prescindible nacimiento.

Raza y espíritu no son lo mismo. La raza del catalán es la misma que la del castellano, el asturiano y el vasco. Otra cosa es el espíritu. Un genovés y un milanés pertenecen a la misma raza que un romano, un calabrés, un catalán o un castellano. Somos caucásicos, como los belgas, lo cual no deja de ser una desgraciada coincidencia. El prólogo de Salaverría es, literariamente, mucho más interesante y acertado que el texto de Caballé, que en ocasiones se monta uno de esos castillos humanos que tanto gustan en Cataluña aunque el niño que culmina la torre caiga desde veinte metros y se rompa la cabeza mientras el castillo humano se desmorona. El catalán separatista trata mejor a los toros que a sus niños, y a las pruebas me remito.

Escribe Salaverría: «Primeramente, a Cataluña le falta generosidad. Sufre de penuria generosa. Y esa «primera materia moral» sólo puede importarla Cataluña de Castilla. Así se cumple la ley de la compensación. Y de este modo, tal como Castilla, para circular por el mundo, reclama algunas cualidades que poseen otras regiones, así Cataluña precisa viajar por el mundo amparada por los prestigios y caracteres que le presta el carácter general español». Y sigue: «No creo, pues, en la inferioridad absoluta de una raza, que no es tal, ni de los pueblos que componen una gran nacionalidad geográfica e histórica. A todos les falta algo; todos pueden prestar algo. Unos se suplen a otros, y se compensan entre sí. Ésta es la situación de las comarcas españolas; a ninguna le conviene quedarse aislada. Menos que a nadie, le conviene a Cataluña, porque carece de algunas cualidades que sólo puede importarlas del conjunto histórico español».

Esta obra, farragosa y en ocasiones altamente divertida, está rebosada de verdades adelantadas a los tiempos en la que fue escrita.

«El catalán se distingue de los otros españoles en la misma medida que el genovés de los otros italianos y el alsaciano del resto de los franceses».

«¿Qué pensaríamos de un barcelonés, orgulloso de sus Ramblas y de sus fábricas innúmeras –hoy en trance de fuga, y esto es mío-, cuando a la vista de la silenciosa Ávila hiciera un gesto de olímpico desdén? En Ávila, sin embargo, se incubó el espíritu de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, y éste sólo hecho compensa la populosidad de las Ramblas y el esplendor dinámico de los mil obradores fabriles».

Se formula, al final del libro, una pregunta formulada en 1918, que coincide plenamente con la de un gran amigo catalán con el que tuve anteayer una conversación telefónica. Se pregunta Caballé: «¿Y retiradas del territorio catalán las Fuerzas del Ejército y Guardia Civil españolas, qué pasaría entre nosotros?».

Lo que está pasando en el día de hoy. Que aquellos que se creen pertenecientes a una raza diferente, con minoría y acoso, con el terror en la mano, pretenden imponer su «raza» al espíritu de una mayoría de catalanes que desean seguir siendo españoles.

No erraba Caballé en 1918.