Opinión
Exhumaciones seculares
En 1529, el humanista español Luis Vives recibió la noticia de que su madre, Blanca March, muerta hacía más de veinte años, había sido desenterrada por la Inquisición y sus restos mortales arrojados al fuego. Conocedor el humanista Vives de la práctica reiterada de desenterrar cadáveres y profanarlos que mantenía la Inquisición desde hacía siglos, no consideró prudente regresar a España. A fin de cuentas, a esas alturas, esa misma exhumación infame la habían sufrido parientes de Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, y la seguirían padeciendo un sinfín de judíos y protestantes. La práctica tenía, ya a esas alturas, hondas raíces históricas. La Inquisición –de la que algunos siguen formulando apologías– tenía como misión «ut metuant» (que teman) según aparece en el Manual de inquisidores. ¿Qué mayor pavor puede haber que el de saber que, incluso tras la muerte, su mano pudiera extenderse sobre cadáveres y parientes? Luis Vives era conocedor de estas prácticas inquisitoriales sistemáticas, las había padecido en su familia y decidió convertirse en exiliado perpetuo de una tierra a la que amaba entrañablemente. De hecho, falleció en 1540, en Brujas, sin haber regresado jamás a España. No sorprende porque el otro gran humanista español de la primera mitad del siglo XVI – Juan de Valdés – murió también en el exilio, dolorosamente conocedor de otros casos de desenterramientos de condenados por la Inquisición. Tras dedicarme a la Historia durante décadas, no abrigo la menor duda de que determinadas conductas reiteradas durante siglos acaban dejando huella en el alma de los pueblos sin que éstos muchas veces se percaten de ello, pero apareciendo una y otra vez. No puede sorprender, por lo tanto, que, en el devenir histórico de los españoles, la exhumación sea una constante que, por supuesto, ha vuelto a emerger en guerras y revoluciones, en algaradas y en luchas políticas. Personalmente, estoy convencido de que la exhumación de Franco no es el final sino el principio y de que, en los próximos tiempos, veremos más cadáveres sacados de sepulcros. Es lo que sucede cuando no se quiere ver aquellos aspectos más siniestros de nuestra alma histórica e incluso tenemos la irresponsabilidad de afirmar que señalarlos es ayudar a la leyenda negra. La realidad es que España repite una y otra vez, aunque con variaciones según la época, no pocas de sus peores malformaciones históricas. Si continúan las exhumaciones, algunos lo captarán.
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