Opinión
Qué pena, sí
Encuentro natural la tentación de quedarse en casa. El hombre que insiste en que la Fiscalía come de su mano, que ya me dirán si no hay que tener deteriorado el aparataje cognitivo, amenaza con repetir su desnortada aventura en el trono de hierro. Apoyado por (casi) todos los nacional-populismos de fauces dolorosamente abiertas que amenazan con devorar la democracia española. Peronistas iliberales, xenófobos de todo pelaje y acólitos de unos fulanos condenados por sedición y de unos prófugos de la Justicia pugnan por encumbrar al quien trajo el cubismo a la política española, allí donde cada trola admite diversas perspectivas y las razones declinan en planos incompatibles.
Enfrente surge una formación nacional-populista, Vox, representada en el (patético) debate de las mujeres por una Rocío Monasterio de ventrílocua de sí misma, que habla sin abrir la boca y combina thatcherismo turbo y sensacionalismo nacionalista. Quedamos a la espera, por cierto, del coloquio de los negros, la controversia de los musulmanes, la discusión de los veganos y etc.
Entre tanto, por no perder ritmo, Ciudadanos y el PP votaban esta semana por blindar las competencias fiscales de la comunidad de Madrid. Esto es, por la competencia desleal entre comunidades mientras aprobaban (de boquilla, bien, pero lo simbólico cuenta), un viejo mantra de las oligarquías cleptómanas que ceban organizaciones tan enemistadas con la igualdad, la decencia, la dignidad y las libertades como el PNV y Junts per Catalunya. Y la izquierda, o mejor, o peor, el estercolero ideológico que en España llamamos izquierda, la izquierda mainstream, la de las plurinacionalidades y los arrumacos con ex terroristas, votó en contra del tinglado, y estuvo bien, y me alegré, pero sin reparar que es la misma receta, mira por donde, la exacta brutalidad que receta para aquietar a las pirañas en Cataluña y el País Vasco.
Todo esto mientras ya circula el enésimo y vergonzoso manifiesto de intelectuales en favor del diálogo Cataluña-España. O sea, muy partidario de la ruptura constitucional, la quiebra del demos, la fragmentación de derechos, la multiplicación del saqueo, la jibarización de oportunidades para los niños que no tengan la suerte de vivir en una comunidad bendecida por el arcano de los derechos históricos y los unicornios folklóricos y blablablá. En definitiva, un manifiesto por y para vestir mesas y celebrar misas más allá del perímetro que delimita nuestra la Carta Magna. Normal que ante semejante panorama ese Richard Clayderman cruzado con Paulo Coelho que responde al nombre de James Rhodes haya dicho el otro día, con un par, que no distingue entre el patriotismo y el fascismo. Y sin embargo, en la duda, advierto: nos jugamos el futuro, la nación de todos. Nos jugamos, sí, colocar un dique frente a la pandemia del separatismo que apuesta todo a reventar «lo mejor que hemos hecho los españoles en 500 años de Historia», por decirlo con la admirable Cayetana Álvarez de Toledo. Qué pena que en esta lucha Ciudadanos optase por inmolarse y qué tragedia que frente al sentimentalismo nacional-populista algunos no hayan encontrado mejor salida que un sentimentalismo igual de repulsivo y tóxico.
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