Opinión
El glíglico de Celaá
Necesito un traductor para la señora «portavoza». Me resulta más claro el «glíglico», el lenguaje ficticio de Julio Cortázar, que el idioma de la ministra. Además, creo que miente, aunque no se lo puedo asegurar cien por cien. Ayer repitió, tras el consejo de ministros, lo mismo que había anunciado en el congreso de escuelas católicas de la FERE, que el derecho de los padres a elegir la enseñanza de sus hijos no está recogido en la Constitución (¡artículo 27, punto 3!). Sin embargo, también afirmó lo contrario: «Las familias no tienen nada que temer, es una controversia alimentada artificialmente».
A estas horas todavía me pregunto por qué fue a la FERE a insultar a los presentes. No improvisó, llevaba el texto escrito. A veces, para entender a alguien hay que ponerlo en contexto. ¿Cuál es el contexto de la ministra? En apenas cuatro días, desde que se anunciase el posible pacto Sánchez-Iglesias, la bolsa se ha precipitado, los empresarios están sacando los capitales de España, los radicales catalanes han vuelto al vandalismo y el temor se ha instalado. Parece que los cambios van a ser radicales. En economía, gasto e impuestos. En territorialidad, federalismo y mesa de partidos catalanes. En cultura y libertades, centralismo partidista. En escuela, laicidad y estatalismo. Aquí si encaja lo de que «la libertad de elección no tiene que ver con la Constitución». A veces es más fácil avanzar por deducción: ¡Pablo Iglesias le amala el noema a Isabel Celaá y, por eso, a ella se le agolpa el clémiso y caen en hidromurias! ¿Comprenden?
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