Opinión

Imagen, realidad y política

Flota sobre la opinión pública española una cierta nube de melancolía y preocupación. De tristeza diría yo, tras el resultado repetitivo de unas elecciones, las cuartas, en un corto intervalo. Y sin embargo, pese a esto, según los indicadores más objetivos, la situación general española no es tan mala. Pero la clase política sigue abusando de nuestra paciencia, más que aquel Catilina abusaba de la de Cicerón. Quousque tándem abutere, partidos políticos, patientia nostra?

En YouTube podemos encontrar la presentación de un interesante estudio del Real Instituto Elcano –de unos 54 minutos– sobre la imagen de España en el extranjero y su evolución reciente. Si queremos también podemos consultar el informe completo que está en la red.

La imagen no es el poder. De hecho los EEUU y China –entre otros– no tienen la mejor imagen internacional al ser percibidos como amenazas por numerosas naciones. Pero la imagen de una nación tiene muchas consecuencias prácticas: inversiones extranjeras, turismo, exportaciones, prima de riesgo, etc. por lo que hay que tenerla muy en cuenta. El estudio del Elcano para averiguar lo que pudiéramos llamar «la mirada de los otros sobre nuestra reputación» utiliza una metodología muy probada que a mí me convence totalmente. Han realizado numerosas preguntas –entre la gente de la calle, no a las elites– en las naciones del antiguo G-8, Europa y Latinoamérica sobre cómo perciben 16 indicadores de tres grandes áreas españolas: calidad de vida, entorno institucional/político y económico. Al llevar el Elcano bastantes años realizando este tipo de encuestas se puede comprobar la evolución de la percepción internacional de la imagen de España. Esto es lo que tiene más interés. Últimamente nuestra imagen ha mejorado –aunque siempre fue buena– encontrándonos actualmente en el puesto duodécimo con tan solo tres países grandes por delante: Canadá, Japón y Australia. Las otras ocho naciones son tipo nórdico, pequeños países con una imagen prácticamente insuperable. O sea que desde fuera nos ven como un magnífico lugar para vivir y hacer negocios sin que tan siquiera la desgraciada situación actual de Cataluña pueda hacer bajar la opinión que desde el ámbito mundial –y especialmente el europeo– merece la calidad de nuestra convivencia democrática. El estudio de Elcano finaliza tratando de comparar imagen con realidad. La distancia que hay entra ambas puede servirnos para identificar –en diez ámbitos diferenciados– donde la realidad es mejor que la correspondiente imagen. Ahí es donde tenemos un problema de comunicación que deberíamos abordar, pues los hechos objetivos siempre serán más trabajosos de cambiar. Pero siempre hay que recordar que vivimos en un mundo donde lo que realmente importa es cómo somos percibidos, más allá incluso de la realidad. Habitamos un mundo de imágenes.

También se mide en este estudio la opinión de los españoles sobre España. Naturalmente es peor nuestra imagen vista desde dentro pues en esto de desbarrar de lo propio, tenemos un master histórico. Pero incluso aquí está mejorando la percepción y acercándose a nuestra imagen internacional. Por cierto que nuestra denostada clase política –con corrupción incluida– no es tan severamente juzgada desde fuera como lo hacemos por aquí, en los lares patrios.

Tras haber votado –innecesaria y peligrosamente– el domingo 10-N, se abre ante nuestros partidos políticos un panorama de obligados pactos. Deberían todos ellos recordar el gran país en el que vivimos y estar dispuestos a renunciar a algo de su teórico ideario y de sus ambiciones personales para poder establecer o alternativamente apoyar aquellos acuerdos que permitan la gobernabilidad de nuestra Patria. Porque si el primer mandamiento de nuestra democracia es la soberanía del pueblo y esta se manifiesta actualmente en al menos cuatro opciones principales ¿no deberían nuestros representantes electos tratar de acordar una forma de gobernar conjunta? La solución no es someter al pueblo español a una especie de eterno día de la marmota repitiendo una y otra vez elecciones generales, sino más bien conseguir que nuestros representantes transijan y lleguen a acuerdos como hacemos a diario los ciudadanos corrientes. Si con esta machacona insistencia política lograran eventualmente forzar la voluntad popular, ¿no estarían poniendo en peligro la democracia? ¿Quién tiene que cambiar aquí, el pueblo o los partidos?

Poco tiempo después de una modélica y añorada Transición, España entró en la Unión Europea y en la OTAN. Desde aquel momento hemos estado cambiando soberanía por prosperidad en un proceso que ha sido aceptado mayoritariamente por el pueblo español. Cuando, como marino, veo un buque en el horizonte, no puedo determinar a ojo el rumbo exacto que lleva, pero sí la dirección general en la que avanza. Si va hacia el norte o hacia el sur. Por eso cuando observo a los independentistas catalanes o a los partidarios del Brexit y de otros movimientos occidentales análogos, no puedo determinar adónde exactamente les conducirá su ideología. Pero sí que van contra la marcha de los tiempos que nos han tocado vivir que exigen más unión, menos divisiones para sobrevivir. Haciéndonos más pequeños nuestra supervivencia será más difícil. La de todos. Quizás por eso el secesionismo catalán encuentra tan poca simpatía en Europa. No solo por argumentos legales españoles, los independentistas lo tienen muy difícil. El rumbo general es hacia más unión, no a dividir. Especialmente cuando vives en una Nación que es percibida por el resto del mundo como un lugar ideal para vivir.