Opinión
Criatura, ¿Dónde estás?
Como todas las mañanas, en las entreluces de la amanecida, he leído, en su versión tradicional de papel impreso, los tres grandes diarios nacionales, La Razón, ABC y El Mundo, y el Diario Montañés, que me informa de los hechos y aconteceres de mi tierra elegida. Y no puedo ocultar un cierto sofoco, una preocupación que atenaza y hormiguea mi cuerpo desde la epidermis hasta las entrañas. Criatura mía, ¿Dónde estás, dónde moras, en qué lugar te ubicas? Apenas unas pocas líneas dedicadas a informarnos de la más importante –y mantenida en secreto–, novedad que todo el mundo aguarda. Criatura, Greta Thunberg, ¿dónde paras? Escribió don José María Pemán –lean a Pemán, burros de las izquierdas y asnos de las derechas, pollinos del centro y jumentos separatistas–, que en el norte se anda, en el centro se va y se viene, y en el sur, se para. Del mismo modo que en el norte se guisa, en el centro se asa y en el sur se fríe. ¿Dónde está Greta? ¿Sigue en el Ritz o en el Hotel de Lapa de Lisboa? ¿Viaja rumbo a Madrid?¿Guisa, asa, fríe, anda, va y viene, para?..
¿Han detenido las autoridades portuguesas a su padre por haber puesto en riesgo a cambio de dinero a una menor de edad durante la travesía desde Nueva York al puerto lisboeta, sito en los dominios del gran Puente sobre la desembocadura del Tajo? Porque lo de ese padre y esa madre no tiene nombre. Y en pocos meses le tocará el turno a la pequeña, que tiene aspiraciones más modestas. Mientras Greta desea recibir en breve el Premio Nobel de la Paz, el de Oslo, la pequeña Beata, en un alarde de modestia, sólo desea triunfar en la canción, la moda y el feminismo. Pero la que me preocupa –y espero haberles contagiado el soponcio–, es Greta, que no ha merecido grandes espacios en los periódicos de hoy, cuando escribo, 5 de diciembre de 2019. Es más, en mi querido Diario Montañés, Greta pasa desapercibida y se dedica la mitad de una página a la bajada de precios de las vacas de leche y los terneros frisones. Me informan mis corresponsales portugueses, que Greta ha exigido para viajar a Madrid ser recibida por los Reyes, Trump, Putin, Xi Jinping, Ángela Merkel, Emmanuel Macron, o Jair Bolsonaro, presidente de la gran nación que gobierna sobre la mayor extensión de la Amazonía. –Si esos no se han molestado en ir a Madrid, ¿qué pinto yo allí entre tanto subalterno?–. Los únicos que están son los Reyes, pero Sánchez y Begoña no quieren que sean vistos porque pierden en todas las comparaciones. Y además, que lo sé de buenas tintas, Greta está de los catamaranes, de los transportes no contaminantes y de las zanahorias ecológicas, hasta las narices. Sus primeras palabras al pisar tierra portuguesa dejan entrever un cambio de actitud. “Estoy deseando volver a casa por Navidad”. Es decir, como en los anuncios de Nescafé. Las autoridades españolas - ¿existen?-, le han diseñado un trayecto en tren que no contamina, que es un tostón de trayecto. Lisboa-Madrid rozando la provincia de Pontevedra. Y Greta ha estallado. –¡¡Papá, Mamá, me estáis robando mi infancia!!-. No todo es oro lo que reluce, ni trinos de alondra lo que se oye.
Pero que la niña ha perdido interés mediático, está fuera de duda. Y ella no tiene la culpa, porque jamás el ser explotado comparte la culpa con los explotadores. Para rizar el rizo de la incomodidad, se ha enterado de que , a falta de los mandatarios mundiales ausentes, le aguarda en Ifema el pequeño Nicolás, que está registrado y entra y sale de la llamada Cumbre como Pedro por su casa. Para terminar merendando con el presumible joven estafador, que para colmo ha roto en chulo violento, no merece la pena el esfuerzo. Si Greta se queda en Lisboa hasta que decida volver a casa por Navidad, nadie puede protestar. Y para colmo, el único plan que le apetecía, que no era otro que pasear por la Casa de Campo con Adriana Lastra, se ha escachifollado por una imprevista caída, fatal tropiezo, de la gran autoridad intelectual española, con desenlace de esguince de tobillo. – Si no puedo pasear con Adriana, y aprender de ella, y de sus experiencias laborales, y de sus conocimientos de la naturaleza, ¿qué hago en Madrid?–. Algo de razón, tiene. No algo, mucha razón. Muchísima, me atrevería a escribir.
No obstante, intuyo que hoy por la tarde –ayer para los lectores y el autor de estas líneas–, Greta llegará, al fin, a Madrid, Y mañana –hoy para los lectores y el autor de estas líneas–, tendremos a la pobre niña hasta en la sopa. Pero la mera intuición no ayuda a la despreocupación. Mientras no aparezca en Madrid, aunque sea en compañía del pequeño Nicolás, que va a pasar muchos más años en la cárcel que los autores de un Golpe de Estado y el asesino de un honrado y pacífico ciudadano que fue golpeado hasta la muerte por llevar unos tirantes con la Bandera de España, mientras no aparezca, insisto, no recuperaré el sosiego. ¿Hay móviles no contaminantes? Pues anda, Greta, nos llamas, nos dices dónde estás y nos quedamos tranquilos. La angustia es lacerante. Y si decides no venir a Madrid, cuenta con mi comprensión, simpatía y eterna gratitud. Pero da señales de vida, criatura mía.