Opinión
Nadia Calviño, macroeconomista
No me cabe la menor duda de que los más arrogantes de los economistas son los que pontifican sobre la macroeconomía. Sean de agua dulce o de agua salada, partidarios de las políticas de oferta, los unos, o de las de demanda, los otros, su altivez es notoria, sobre todo cuando discuten a partir de abstracciones de imposible observación en enconados debates que, al final, han conducido a poco más que esto: sean ustedes prudentes, les dicen a los políticos, y gasten, pero no demasiado, procuren que su endeudamiento sea manejable y cuiden de que su déficit no se desboque y, sobre todo, se compense con unas cuentas saneadas más adelante. Y esto es, precisamente, lo que en la Unión Europea se ha tomado como un principio esencial y programático a la vez, dándole el pomposo título de Pacto de Estabilidad y Crecimiento. A él deben ajustarse todos los Estados miembros de la Unión sometiendo sus presupuestos y sus cuentas al escrutinio de la Comisión.
A Nadia Calviño, que, con perseverancia y discreta sujeción a los designios de su jefe, al final ha ascendido al cielo de la vicepresidencia, se le ha contagiado sin duda esa altanería de los macroeconomistas y ahora, curiosamente, sin aportar nuevas abstracciones o modelos, se ve capaz de dogmatizar en contra del referido Pacto europeo, descalificándolo sin reservas. Su argumento es que las prescripciones macroeconómicas «se basan en variables que no son observables (y) conceptos que son difíciles de estimar». Nada nuevo, dirán los que entienden de esto, y nada que descalifique el trabajo de la Comisión. Pero hete aquí que lo que Calviño ha descubierto es que esas variables y conceptos «no se corresponden con la realidad económica de España», aunque sí sirvan «para otros países». Resuena en esto aquel «Spain is different!» que acuñó Fraga en 1960. Pero no se trata de que Calviño se haya vuelto ahora del revés. De lo que se trata es de algo más pedestre: de la idea de que, para impulsar el crecimiento de la economía y del empleo, el Gobierno de la izquierda sólo es reconocible si aumenta el gasto en eso que llaman «lo público», incurriendo además en déficit.
En Europa le están diciendo a Calviño que se ande con tiento, que el nivel de la deuda española es demasiado alto y que más le valdría no dejarse llevar por el ímpetu manirroto. Tal vez alguien debiera recordarle que, sorprendido, Zapatero dijo una vez que «el superávit también es socialista», aunque luego no se aplicara el cuento. Pero me temo que, en ella, camino de metas más elevadas, la soberbia es ya irrefrenable.
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