Opinión
Constitucionalistas en la encrucijada
España suma o resta. El dilema del constitucionalismo de centro/derecha tiene que ver con la implosión del constitucionalismo a su izquierda. Pedro Sánchez liquidó el PSOE. A cambio trajo un PSOE estilizado como un bisturí al servicio exclusivo de su voluntad. El avispón podémico dejó de ser una amenaza desde el momento en el que presidente compró su manual de instrucciones. La resurrección sanchista ha concluido en romería iliberal. Las formaciones antisistémicas sirven de aliado y señuelo, compadre y némesis, espantajo y cómplice. Con Podemos, Bildu y Esquerra Republicana de la mano y estratégicamente situado Vox en la superficie incandescente del espejo, fantasma de guardia, el sanchismo cabalga sin tiento y sus constitucionales parecen topos. El mismo inútil que «no vale, pero nos vale» (Susana Díaz dixit), el mismo maniquí que no sabe hablar sin un guión delante, primero se merendó al Partido socialista andaluz, después fagocitó a Podemos, más tarde reinó sobre un gobierno Frankenstein y ahí sigue, apoyado en el navajeo perpetuo, las guerras culturales como sustituto cutrelux de las urgencias del país y un desprecio en polvo por los estúpidos contrapesos del parlamentarismo, que estorba. Cómo neutralizar a un elemento que lejos de mentir glorifica las trolas, disfrazadas de odas al diálogo y canto general a la tolerancia. Los mismos problemas e indecisiones que sufren Ciudadanos y Partido Popular los vive en Estados Unidos la sección del partido demócrata no fagocitada por el populismo ambiente. Ciudadanos, experto en llegar tarde y mal a los pactos, acostumbrado a perder todos los trenes, intenta abrochar un acuerdo en modo RCP, o sea, reanimación cardiopulmonar. Dilapidó un triunfo histórico en 2017. La negativa a que Inés Arrimadas brillara como primera aspirante al gobierno local constituye un caso de soberbia y torpeza digno de estudiarse durante décadas. Acaso encontraban más erótico el silencio, el rito de no mojarse, la gracia de jugar a la contra frente al riesgo que implica pedir la voz, la palabra y, sobre todo, el DOGC (diario oficial de la Generalidad de Cataluña). Dos años más tarde Ciudadanos tendría que haber atornillado al forajido con un pliego de mínimos. Incluso pudo exigirle a Pedro Sánchez entrar en el Consejo de Ministros. Pero para eso era imprescindible asumir primero el partido no nació con vocación de mantis frente al Partido Popular. Más le valdría haber escuchado a Giulio Andreotti y a Pablo Iglesias, convencidos de que el poder erosiona al que no lo tiene. Las contradicciones se bailan mucho mejor a lomos del Boletín Oficial del Estado y los presupuestos generales del Estado. Pero en 2019 Albert Rivera dudaba entre jugarse la púrpura al último disparo o ser feliz, contar nubes y al caer el sol pasar la noche muy cerca de la luna en la casita de papel, de papeeeel. Un cacao que prueba hasta qué punto lo que Rivera tenía de valiente le faltaba de (buen) estratega. Al otro lado del ring encontramos al Partido Popular. A rebufo de los reclamos que agitan desde Moncloa y acogotado por el bufido de la herejía voxista el PP contempla los sondeos. Olfatea el ventarrón. Duda. Parece que en Cataluña populares y Ciudadanos lo harían peor juntos que por libre. En Galicia, donde Alberto Núñez Feijóo aprovecha, fomenta y apura sucias mitologías identitarias, peligra la mayoría absoluta. Nadie sabe a qué naipe quedarse. Y así pasan los días. Con el PSC, que lo tiene clarísimo, decido a asfaltar la salida de la cárcel de unos golpistas codiciados como compinches. Pierdan la esperanza mientras millones de españoles identifican la defensa de la Constitución y la igualdad con el franquismo y crean, como el rucio José Luis Rodríguez Zapatero, que el nacionalismo es la paz.
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