Opinión
El general Dreyfus
E l caso Dreyfus vuelve a ser noticia 125 años desde que aconteció, allá a finales del Siglo XIX. El Gobierno francés ha anunciado el ascenso a general del que fuera víctima de una malentendida razón de Estado: el capitán Alfred Dreyfus. Este es uno de asuntos que persiguen de por vida a una Nación por el remordimiento colectivo de una acción que jamás debió haberse producido. En efecto, la acusación y condena del capitán Dreyfus, judío y alsaciano de origen, por un supuesto caso de espionaje y alta traición, desgarró a la sociedad francesa de la época y aunque en su día, el caso se cerró formalmente -no con cierta polémica- me temo que aun queden rescoldos de la enorme injusticia que, en su momento, se cometió.
El asunto se remonta a 1894, cuando el capitán Alfred Dreyfus es llamado a declarar sobre un posible caso de espionaje a favor de Alemania, supuestamente por haber pasado información sensible y secreta de nuevo armamento al agregado militar alemán en Paris, el coronel Maximilien von Schwartzkoppen, a quien en su papelera (autentica mina de oro, según el contraespionaje francés) se hallaron restos de la correspondencia con su desconocido confidente.
El capitán de Artillería y de Estado Mayor, Alfred Dreyfus fue la víctima propiciatoria. Por ser de Artillería se le suponía suficientes conocimientos de armamento como para poder seleccionar la información sensible a entregar. Por ser de Estado Mayor se le consideraba, que por su destino, podía tener acceso a esa información secreta. Por ser alsaciano y germanoparlante se le imaginaba cierta conexión y simpatía con las autoridades alemanas; de hecho visitaba regularmente a sus familiares en Alemania. La familia de Dreyfus vivía muy acomodada en Mulhouse, la industrial ciudad alsaciana, francesa en 1859, cuando Alfred nació, y alemana a partir de 1871. Por ser judío, era objetivo y diana del antijudaísmo reinante en Francia en aquella época. Solo faltaba la prueba de cargo, que se constituyó con una pericial caligráfica que, aunque carecía de la necesaria convicción, la presión social decantó a los peritos hacia la inculpación de Dreyfus.
La artificial condena de Dreyfus fue presentada como una autentica necesidad nacional de justicia ejemplarizante frente al enemigo alemán, victorioso en 1871. El capitán Dreyfus fue condenado por alta traición a la patria «a la destitución de su destino, a la degradación militar y a la deportación perpetua en un recinto fortificado», es decir, en la prisión de la isla del Diablo en la Guyana.
Pero el asunto quedó lejos de cerrarse. La inocencia de Dreyfus, reiteradamente por el declarada, y la inestimable ayuda de familiares y amigos a los que se unió, los que por entonces empezaron a llamarse los «intelectuales», propiciaron la revisión del caso y un segundo juicio, en el que la acusación alegó la existencia de una prueba incriminatoria y secreta, jamás presentada. Este segundo juicio terminó con un sorprendente fallo condenatorio.
La falsa razón de Estado se imponía, la necesidad de justicia formal venció frente a la verdadera Justicia. A esto se le unía otro mal entendido «Honor del Ejercito», que no dejaba de ser un patente error que se hacía cada vez más insostenible conforme transcurría el tiempo.
El buen hacer del coronel Picquart -militar honrado que se jugó la vida y su carrera frente a la injusticia que el mismo descubrió-, la presión social de la Francia disconforme con el relato oficial, junto con la ayuda de parte de la prensa (que sería la primera vez que interviniera en un asunto de esta naturaleza) en la que participaba de manera destacada, entre otros, Emile Zola, quien también fue condenado por ello, en su célebre «J’Acuse» en el periódico «L’Aurore», llevó finalmente al esclarecimiento de los hechos.
El suicidio, tras su apresamiento, del coronel Henry, directo colaborador de la injusticia, así como la huida y posterior confesión del verdadero traidor, el comandante de origen húngaro Walsin Esterhazy, de vida licenciosa, y del que se decía que estaba obsesionado por el dinero y el lujo, condujo a la definitiva exculpación de Dreyfus y su reincorporación al Ejército tras muchos años de lucha y sufrimientos. Se dice que Dreyfus no volvió a sonreír jamás.
En fecha tan reciente como febrero de 1994, y al cumplirse el centenario del primer juicio contra Dreyfus, el semanario del Ministerio de Defensa francés «Sirpa Actualites» dedicó un artículo especial al caso Dreyfus. El ministro de Defensa galo, Francois Léotard, cesó al coronel Gaujeac, por entonces director del Servicio Histórico del Ejercito, por haber cerrado el articulo con una frase que invitaba a la duda sobre la verdad finalmente aclarada y declarada, por sus posibles segundas intenciones. El cese del coronel Gaujeac puede ser una prueba de que cien años más tarde, la herida del caso Dreyfus aun estaba supurando.
Cargado de toda razón, el gobierno francés ha anunciado el ascenso a general del capitán Dreyfus casi un siglo después de su muerte. Como si Francia aun estuviera en deuda con Dreyfus. Como si en este último siglo se tuviera la conciencia colectiva de no haber hecho todo lo que la Justicia demandaba con el maltratado militar francés.
Ni la Razón de Estado ni el Honor del Ejército deben estar sustentados en la infamia ni en la injusticia. A la larga, hacen más daño que beneficio a la causa que pretenden defender.
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