Opinión
Las extrañas primarias
Tras un vuelco iniciado el 29 de febrero en Carolina del Sur, ahondado el supermartes 3-III y confirmado el 10, las primarias demócratas vuelven a su punto de partida. A comienzo del año Biden, el supuesto moderado, eterno senador y vicepresidente de Obama, era el favorito en las encuestas con el 28% y le seguía Sanders, el eterno revolucionario, con 19%. El campo estaba poblado de contendientes, más de los que cabían en un debate, que tediosamente repetían los mismos y simplificados mensajes y practicaban el ejercicio que en las oposiciones a cátedra era conocido como autobombo o ¡Me cachís que guapo soy! La emoción la aportaba Sanders, que parecía tener tras él todo un impetuoso movimiento en marcha que iba a conseguir lo que el partido no le permitió en 2016 frente a Hillary Clinton. El susto volvió a embargar al aparato demócrata, desde los dirigentes nacionales a las asociaciones de pueblo. El país no iba a tragar a ese exaltado radical y Trump arrasaría.
El socialista contaba con que se mantuviera la pluralidad de contendientes, de forma que si el hipotético delantero, favorito del aparato del partido, no llegaba a la convención con la mitad de los delegados, él podría aglutinar una coalición que alcanzase una mayoría relativa que lo convirtiera en el opositor oficial de Trump. El encono en contra el presidente y los más que irregulares métodos utilizados en el intento de derribarlo, habían empujado a los demócratas hacia la izquierda, pero no tanto como para romper con el sistema y renunciar a las mieles del poder. Por otro lado, el impulso de Sanders, una vez que el partido cerró filas en su contra, ha revelado sus restringidos límites, hasta el punto de que ya parece prácticamente imposible que pueda conseguir una mayoría absoluta de delegados.
Pero Sanders lo ha dejado inmediatamente claro: no se retira. Quiere llegar hasta el final. ¿Qué busca, qué espera? Las manifiestas debilidades de Biden (77) frente al energético Trump (73), pueden muy bien serlo también frente a Sanders (78), pues la clave no está en la ideología, sino en las capacidades personales. Biden siempre ha sido famoso por sus meteduras de pata, pero ahora son de tal frecuencia y envergadura que se están convirtiendo en virales en youtube. Trump, con la dulzura que lo caracteriza, lo ha hecho objeto predilecto de sus invectivas tuiteras y proclama su inhabilidad para gobernar. Ese comienzo de decrepitud es una medida de la desesperación demócrata y puede ser también una oportunidad para Sanders. ¿Llegará el ex vicepresidente en relativa forma hasta la convención (13-16--VII)? ¿Llegará hasta las elecciones? El primer enfrentamiento directo será el debate entre ellos dos, mañana 15, sin público, por el virus, cuya capacidad de cambiarlo todo no se puede descartar. Como viene haciendo en su campaña, tratará de forzar a su rival a que concrete sus propósitos políticos, a que muestre sus verdaderas intenciones, a que exponga su vulnerabilidad frente al implacable Trump. Él cree que ha ganado el debate de las ideas, pero que ha perdido el de la elegibilidad. Tiene que utilizar el debate para darle la vuelta a esa situación. Biden tiene que hacer exactamente lo opuesto. El encuentro será indicativo de por dónde van a ir las cosas.
Por otro lado, Sanders, un auténtico antisistema, cuyo objetivo de cambiar el país tiene que empezar por el partido, al que siempre ha estado adosado, pero del que nunca ha sido formalmente miembro. Aunque se han esfumado las masas con las que creía contar, sigue teniendo entusiastas que ven en la derrota de su ídolo una inaceptable traición demócrata. Es muy probable que las pequeñas mayorías en tres estados tradicionalmente demócratas -Pensilvania, Michigan y Wisconsin- que le proporcionaron a Trump la victoria definitiva en el Colegio Electoral, en el 16, fueran debidas a que lo votó una fracción de esos fervorosos radicales, despechados por las manipulaciones de Hillary y los mandamases demócratas. Eso podría suceder de nuevo, amenaza que Bernie trataría de utilizar para influir en la redacción de la plataforma -programa y enunciación de principios con vistas a la batalla electoral- e incluso en la selección del candidato a vicepresidente, de vital importancia cara a un futuro posiblemente nada lejano, dadas las peculiaridades mentales de Joe Biden. No solo pesa la posibilidad de un voto de castigo, de cuanto peor tanto mejor, desde una perspectiva izquierdista, sino la más probable de una abstención. El astuto e intuitivo Trump no deja de fomentarlo, tuiteando, últimamente, su denuncia de los amaños demócratas contra Sanders.
Por último, pero puede que lo más importante, el coronavirus. Políticos y politicastros tratarán de llevar la siniestra agua a su molino y los que no tienen responsabilidades gubernamentales estarán en mejores condiciones de acusar de errores y carencias a quienes sí las tienen, con razones a veces obvias y otras imposibles de corroborar. El saldo político es imprevisible, pero de entrada la suspensión de mítines y reuniones le hace más ligera la carga de la extenuante campaña al frágil Biden y le resta apoyo visible y exhibible a una candidatura para militantes como es la de Sanders.
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