Opinión
Encerrado
A la gente de mi edad se le recomienda quedarse encerrada en su casa el mayor tiempo posible, salir poco a la calle y suspender temporalmente las relaciones sociales. No es para menos porque los datos que conocemos acerca de la epidemia de coronavirus nos señalan como el grupo humano que más arriesga en la enfermedad. He oído más de un comentario despectivo sobre ello –al fin y al cabo, se dice, son ya viejos–, quiero creer que procedente de esos que se lanzaron el otro día a vaciar los supermercados, acojonados porque son incapaces de distinguir sus obsesiones catastrofistas –adquiridas en alguna serie, videojuego o, peor aún, red social– de la realidad. ¡Qué le vamos a hacer si en las generaciones jóvenes hay más pusilánimes que en la nuestra!
Claro que, en este tema, lo que importa no es el valor sino el conocimiento. Y éste no ha abundado. Para empezar, en el gobierno de Sánchez, que ha ido arrastrado por los acontecimientos, tomando medidas tardías y eludiendo el verdadero ejercicio del poder –o sea, el de mandar, no el de sugerir o suplicar–. Y para seguir, con tantos comunicadores que, faltos de formación matemática, no comprenden cómo los contagios pueden progresar tan rápido. Si alguien les hubiera hablado de que todas las epidemias siguen una trayectoria logística, podrían saber que lo esencial en esta fase aún temprana de la difusión del coronavirus es doblegar la tasa de crecimiento del número de infestados, porque si esto no se consigue, en cosa de una semana los enfermos se contarán con seis cifras y será una debacle. Y para eso, lo esencial es evitar los contactos interpersonales, incluso en un país como España en el que tanta costumbre hay de ocupar permanentemente plazas, bares y comercios.
O sea que, viejos o no, lo mejor es quedarse en casa una temporada. Confieso que a mí estar encerrado por consejo del gobierno regional –el otro se entera a su pesar– no me desagrada. Las personas como yo, con toda una vida dedicada al estudio y la reflexión, siempre rodeados de libros, practicamos el vicio solitario de leer y escribir. Y por eso mismo el aislamiento es el pan de cada día. No es que yo, como otros, sea un bicho raro, pues nunca he rehuido el contacto con mis congéneres, sobre todo con mis colegas en la universidad y mis alumnos, a los que trato de enseñar a pensar con una mochila de conocimientos a sus espaldas. Pero ello no quita para que, en esta situación que ahora nos ha tocado vivir, encuentre cierto deleite, aunque espero que no dure mucho.
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