Opinión
Patriotas de mercadillo
Cuando el pasado miércoles empezaron a sonar unas minoritarias pero muy ruidosas caceroladas contra la Corona, justo una hora antes de escuchar los unánimes aplausos a nuestros sanitarios, tuve la certeza definitiva de que para algunos, la victoria contra el coronavirus no deja de ser una oportunidad para dejar tocada, muy tocada, a la Monarquía como clave de bóveda de nuestro estado de Derecho. La crisis del Covid-19 está mostrando no pocas verdades desnudas. Las de la solidaridad entre una ciudadanía consciente en su gran mayoría de que lo prioritario, la razón final de toda acción o declaración, debe centrarse en conseguir que el virus acabe agachando la cerviz hasta su derrota total, patriotas con mayúsculas, y las de quienes, conscientes o no de la gravedad de la situación, vienen a brindarnos desde sus burladeros de partido lo más abyecto del oportunismo político, siempre priorizando el discurso del conflicto y el enfrentamiento para que su particular bicicleta del sectarismo no deje de pedalear. Todo sea -incluido el drama del coronavirus como arma arrojadiza- por la «noble» causa de continuar horadando el régimen constitucional. Patriotas de mercadillo. Tal vez algunos no acaban de enterarse de la gravedad del asunto y de que la sociedad de un gran país como España nunca podrá combatir a la pandemia como debiera manteniendo la efectividad necesaria, si la colaboración de los socios elegidos por Sánchez hace poco más de tres meses no prioriza la lealtad. Para ser más exacto, si no se pone por delante el interés nacional frente a sentimientos localistas y separatistas representados por políticos miopes que siguen viendo en un uniforme de la UME a la legión cóndor y si se contempla, en el colmo de la ruindad, el órdago a la grande planteado por el Covid-19 como una excusa más para atacar a la Monarquía parlamentaria tratando de imponer sus particulares y torvos valores republicanos, sencillamente estaremos hablando de repugnantes palos en la rueda de un esfuerzo común más vital e imperioso que nunca. Comprobar como un partido que forma parte del gobierno de España se ponía esta pasada semana a la cabeza de la rapiña oportunista de caceroladas contra el rey aprovechando torticeros y rebuscados argumentos, dice muy poco en favor de quienes supuestamente a lo que deben estar es a dar ejemplo desde el poder para sacarnos de esta. Desalentador por imposible. La ausencia de un mínimo gesto de autocrítica por la irresponsabilidad de, no solo no prohibir sino alentar la manifestación del «8-M» con consecuencias tan certeras como imprevisibles en la propagación del virus, contrasta con la ocurrencia de la arremetida contra el Rey, en un nuevo intento manipulador por desviar la atención de algunas responsabilidades. Es la obsesión de una izquierda que, aquí o en Tombuctú, necesita de la disputa, de la pugna, el enfrentamiento, el choque, el conflicto… siempre el conflicto. Que pierdan toda esperanza, ni nos vencerá el coronavirus, ni nos robarán nuestro régimen constitucional.
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